_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sola

Nos diluimos en las redes y tenemos miedo cerval a disentir

Marta Sanz
© GETTYIMAGES

Hace poco conocí a Ada Salas, poeta y profesora excelente, que se lamentó de lo que le costaba conseguir que sus estudiantes aprendiesen a no temer la soledad. Soledad y aburrimiento, en la antípoda de una infancia hiperactiva, despiertan la creatividad, la reflexión y nos desensimisman desde el ensimismamiento absoluto… Silencio y soledad, como estados de introspección crítica contrapuestos al yo visceral que grita publicitariamente en las redes. La soledad permite acceder a ese espacio conflictivo entre ser humano y polis en el que nacen los relatos. Prepara la interacción y la ordena después. La polisémica soledad tiene recovecos según afecte a personas que precisan cuidados, adolescentes con móvil, niños: el mito del hombre solo es heroico, se envuelve en un aura de melancolía; la mujer sola es fracaso e incompetencia para construir un nido. La educación machista, que tanto hace temer la soledad a las muchachas, también daña a los hombres, y un anciano pocas veces se vale por sí mismo, mientras que una anciana, salvo enfermedad terrible, es autosuficiente hasta el minuto antes de morir.

Vivo en un barrio al que la gente joven viene a divertirse. Los grupos forman corro y utilizan sus pulgares a velocidad vertiginosa. Parecen encerrados en un locutorio tabicado con invisibles mamparas. Quizá están conectados a través de un delgadísimo cable. Cuando se dan un morreo me pongo contenta. Veo películas en las que perdedores románticos se enamoran de la voz del asistente de un ordenador. Veo hikikomoris. Esos jóvenes, a los que Salas educa en el sano ejercicio de la concentración, ya están solos, y en cada gesto para huir de sus soledades profundizan más en ellas. Bauman afirma que el éxito de Facebook reside en un miedo a estar solos que, a su vez, nos aísla de lo inmediato y dificulta el afianzamiento de vínculos fuertes imprescindibles para las transformaciones políticas. Renegamos de los modos de agrupación que “nos aborregan”, pero nos diluimos en las redes y padecemos un miedo cerval a disentir en lo profundo: nos homogeneizamos intelectualmente mientras subrayamos nuestra singularidad con un atuendo, traducido al inglés, outfit. Hay una soledad destructiva y otra creativa; una compañía fraterna y transformadora, otra epidérmica y alienante. Las compañías virtuales —sublimación de las compañías que sudan— a menudo devienen en lo que César Rendueles llama sociofobia, y con el ciberfetichismo alguien se está forrando. Bajo la apariencia del empoderamiento democrático de la voz —¿tendrá esto algo que ver con los concursos de gorgoritos?—, vivimos una fantasía de libertad desdoblada en vigilancia, sofisticadas estrategias de marketing electoral, algoritmos diseñados con códigos victorianos de valores: Remedios Zafra señala que en la intrahistoria de Internet pervive la mitología del genio solitario del garaje frente a la teleoperadora…Tampoco debemos obviar que muchos individuos, sin ayuda de la tecnología, no podrían comunicarse con sus familiares desplazados ni gozarían de sus amantes cibernéticos. Usamos la tecnología y ella nos usa a nosotros: pienso en los increíbles avances de la medicina, pero también en que no acceder a un wifi nos pone de los nervios y hay parejas que miran más sus whatsapps que sus pupilas azules. No hablo del extremo patológico, sino de la vida cotidiana de quienes nos protegemos. No sabemos vivir en soledad, pero nos empapamos de una soledad líquida, terminal, paralizante. Yo vivo un poco desenchufada y tengo la sensación de que no me estoy perdiendo tanto. No estoy sola.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_