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IDEAS / AHORA QUE LO PIENSO
Columna
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Carta abierta a Ana Schulz

En esta misiva, la autora se dirige a la codirectora del documental 'Mudar la piel', hija de Juan Gutiérrez, mediador entre ETA y el Estado

Edurne Portela
Fotograma de la película 'Mudar la piel'.
Fotograma de la película 'Mudar la piel'.

Ana Schulz y Cristóbal Fernández han dirigido Mudar la piel, documental que indaga en la amistad entre Juan Gutiérrez, padre de Ana y mediador entre ETA y el Estado, y Roberto Flórez, el agente del Centro Superior de Información de la Defensa —CESID— que lo espió.

Enfrentarte a los fantasmas, los silencios, los secretos que te rodearon cuando eras niña; encarar la opacidad y la densidad del pasado, la memoria escurridiza, la presencia de ese pasado en el ahora, la necesidad de entender; hacer tangible, dar coherencia narrativa a aquello que reside entre el ruido blanco y el rumor, la intuición y el secreto. Quieres investigar algo que te resulta incomprensible, incluso inadmisible: la amistad de tu padre (un hombre que ha llevado a cabo una gran labor pública de mediador entre ETA y el Estado) y un espía de los servicios del CESID que, según tu interpretación de la realidad, le traicionó.

Te habrán dicho alguna vez, supongo, que esta historia no tiene que ver contigo, que pertenece a tu padre. Igual también te han pedido que no escarbes, que no expongas, que hay cosas de las que es mejor no hablar, que la familia, que para qué. Pero sabes que la historia de tu padre también te pertenece porque te ha marcado profundamente, aunque no sepas muy bien cómo formular esa impronta. Investigar la huella, medir su profundidad, solo es posible a través de los vericuetos de la intimidad, del relato reflexivo, del recorrido a través de los grises.

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La obra resultante refleja el proceso mismo de indagación: el largo caminar por la zona gris de los afectos. Nos regalas metáforas visuales que llenan tu narración de poesía y sugerencia: juegos de espejos, niebla, un péndulo de un viejo reloj con la imagen desenfocada de tu padre, contraluces y claroscuros, y una secuencia de varios segundos en los que tú, una Ana luminosa y serena, vas conduciendo y entras en un túnel oscuro del que pocos segundos después surge un Roberto de apariencia inquietante, sentado en el asiento trasero. Toda una metáfora, perdona que me ponga psicoanalítica, de tu acercamiento a ese pasado donde la violencia impregnaba nuestras vidas: de niñas sentíamos la amenaza, la presencia de la violencia en nuestro entorno, pero la normalizábamos. Solo con el paso de los años somos capaces de mirar al pasado, a ese fardo siniestro que llevamos en el asiento trasero, y, a través de mecanismos oblicuos, representarlo.

Podrías haber hecho un documental tipo thriller, pero como te dijo Juan Pablo Villalobos vía Twitter, elegiste la reflexión, el tono sereno, el discurso de lo íntimo.

Lo íntimo indivisible de lo político, el relato personal atravesado por la historia que desgarró nuestra sociedad, es una forma de pensarnos y de investigar muy propia de nuestra generación (tú naciste en 1979; yo soy un poco más vieja, de 1974), y por eso también tu obra me recordó a Asier ETA Biok, de Aitor Merino (1973), otro documental que reflexiona sobre afectos contradictorios. Lo íntimo y tu mirada, también, como forma de cuestionar el pacto entre miembros de la generación anterior: las complicidades, silencios, secretos que aceptan y protegen ellos, como si fueran solo cosa suya, pero que heredamos. En esa reflexión también nos encontramos, Ana: llenamos los silencios heredados con narraciones propias.

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