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COLUMNA
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Moción de censura: segunda parte

Sánchez aspira a seducir a los soberanistas con el lema “todo menos el PP y Ciudadanos”

Pedro Sánchez durante la sesión de control al Gobierno de este miércoles.
Pedro Sánchez durante la sesión de control al Gobierno de este miércoles. Victor J Blanco (GTRES)

Los Presupuestos Generales se han convertido en un reflejo o en una resaca de la moción de censura a Mariano Rajoy. El pacto embrionario de Sánchez e Iglesias aspira a convertirse en la puerta de acceso al ajetreo de los partidos soberanistas. No ya con el oportunismo del PNV en su posición de chantaje-bisagra, sino por la aversión que suscitan en la grey indepe Pablo Casado y Albert Rivera, cuyas posturas de combate al “golpismo” han precipitado un clima de reacción similar al que aprovechó Sánchez para destronar al antiguo anfitrión de la Moncloa.

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Las diferencias de la coalición Frankenstein todavía crepitan. Y las obligaciones de Sánchez con el Estado le han obligado a neutralizar la reprobación de Felipe VI, pero los contratiempos no parecen distraer el camino a la cima de los Presupuestos. Frustrarlos, tal como pretenden ERC y el PDeCAT desde sus imposiciones maximalistas —la absolución de los reos, el referéndum de autodeterminación— tanto implicaría un debilitamiento aritmético del Gobierno socialista como proporcionaría a la oposición conservadora la evidencia del fracaso del sanchismo.

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Semejante perspectiva explicaría que los partidos soberanistas accediesen a relativizar sus ambiciones a cambio de otros placebos. Porque Sánchez les propone una expectativa política más confortable de cuanto supondría exponerse a una alternativa de Ciudadanos y el PP. Al independentismo les une el rechazo a “las derechas”, aunque la categoría ideológica bien podría aplicársele a los partidos conservadores de la entente sanchista (PNV, PDeCAT).

Será Iglesias el fontanero de la operación porque el líder de Podemos puede permitirse un lenguaje y una estrategia que le están prohibidas al presidente del Gobierno. Puede simpatizar Iglesias con el derecho a decidir, renegar del delito de rebelión, exigir la inmediata libertad de los políticos presos. Puede seducir a Junqueras con el énfasis social e izquierdista de los Presupuestos. Y hasta puede explorar la reedición de un tripartito en Cataluña.

Descontado el apoyo del PNV con el chirimiri del autogobierno y obtenida en la celda de Junqueras la implicación de ERC, Puigdemont se perfila como el mayor escollo de la operación milagro, pero la perspectiva de una abstención, de un recurso neutral, de una tregua táctica, se antoja verosímil. Más todavía cuando el lema “echemos a Rajoy” se ha prolongado en una especie de “todo menos Casado y Rivera” que beneficia el tablero de juego de Sánchez.

Es una posición de ventaja la del presidente del Gobierno. Si gana, habrá resucitado a Frankenstein cuando parecía consumido en cenizas. Y si pierde tendrá la ventaja de atribuir a la obstinación soberanista el rechazo de unos Presupuestos fantasmagóricos cuyo voluntarismo y oportunismo los convertían en inaplicables.

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