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Columna
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Bruma

El éxito narrativo del 1-O acabó, curiosamente, por reventar la burbuja, precipitándola hacia una DUI fake que trajo las primeras frustraciones

Máriam Martínez-Bascuñán
DIEGO MIR

Deberíamos haber aprendido que el riesgo más peligroso de instalarse en la mentira no es el autoengaño, sino la negación. Es una especie de síndrome que trasciende el monótono choque con la realidad para alcanzar una práctica rutinaria: digerir lo que negamos y convertirlo en una nueva forma de ver el mundo. Porque la negación no es estática: es un impulso combativo y poderoso que exige esfuerzo y perseverancia para esconder la verdad y construir una nueva, que además se pretende mejor.

Esta fue la fortaleza de la épica independentista, una “utopía de repuesto” frente al incierto mundo que nos trajo la crisis, como explicó Marina Subirats. Su gran victoria se produjo aquel 1 de octubre de infausto recuerdo. Fue la máxima expresión de un relato centrado en la irresistible atracción de la mística de la derrota y el victimismo, motivaciones poderosas que nuestros aseados análisis racionales suelen ignorar. El independentismo predijo y sacó partido del reprobable uso de la fuerza por parte del Gobierno de Rajoy, que administró con enorme torpeza el más delicado atributo del Estado: el monopolio legítimo del uso de la violencia. Se formó así un poderoso y falaz cóctel narrativo: la fuerza opresora del Estado frente al voto y las urnas, la democracia contra el autoritarismo, el pueblo contra el Estado, el Estado contra la democracia.

El éxito narrativo del 1-O acabó, curiosamente, por reventar la burbuja, precipitándola hacia una DUI fake que trajo las primeras frustraciones. Un año después, en una fecha secuestrada por su simbolismo y tras un lustro de una estrategia independentista basada tan solo en la ampliación de la épica, se ha producido un giro inesperado, y han sido justamente las celebraciones del martirologio las que han terminado por condensar la frustración, la ansiedad y las exigencias de muchos independentistas que se sienten engañados. Pero quizás, por vez primera en mucho tiempo, hayan descubierto los límites de la narración como acción.

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Los seguidores del credo independentista simplemente exigen lo prometido; piden, de hecho, que sus políticos rindan cuentas ahora que el círculo virtuoso de la épica y el relato se resquebraja. Ya no son porras contra la democracia ni el Estado contra el pueblo. En el primer aniversario del 1 de octubre vimos el chusco alzamiento de algunos independentistas violentos y el uso de la fuerza de la policía desu Gobierno. Descubrimos así que las narrativas tienen sus límites, pero la política se ha asfixiado tanto en la propaganda, que produce el mismo efecto que la bruma sobre el río: nos impide ver lo que es real, aunque solo hasta el mismo momento en que se levanta.

@MariamMartinezB

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