Una inteligencia que no podrá rechazar
Europa había contado hasta ahora con la protección militar y cibernética de la Casa Blanca, pero su actual inquilino nos ha hecho abrir los ojos a todos


Algo está cambiando en la comunicación corporativa, y casi nadie se ha dado cuenta, por desgracia. Cuando una empresa habla de sí misma, lo habitual, por no decir universal, es que resalte lo listos que son, lo bien que han medrado pese a la recesión y el mucho valor añadido que han incorporado a sus productos. Este encefalograma plano de la comunicación, este grado cero de la mercadotecnia, esta estridencia en el límite de lo soportable explica con holgura que la gente no hagamos el menor caso de sus mensajes. Es lógico que las mayores empresas del mundo se estén replanteando esa estrategia, o falta de ella, y ya empezamos a ver las primeras consecuencias.
“Tal vez conozcas lo que la gente de última moda llama redes neurales, aunque no haya en ellas mucho de neural”, dice en su blog Cassie Kozyrkov, una de las ingenieras jefas de Google. No hace falta recordar que Google, y su matriz Alphabet, son una potencia mundial en redes neurales. “La jerga del aprendizaje de máquina no suele merecer el impacto y conmoción que inspira su nombre”, dice Kozyrkov. Tampoco les recordaré que Alphabet es el líder mundial del aprendizaje de máquina. Son esas técnicas que nos ganan a las damas, el ajedrez, el Go y el póquer. Pero Kozyrkov deconstruye esas ideas, las descarta como a las ropas nuevas del emperador, las divulga al público y se las hace entender, con todas sus limitaciones. Es un nuevo estilo de comunicación corporativa, ¿no creen?
Todo esto parece un divertimento tecnológico, pero no lo es en absoluto. La inteligencia artificial (la ciencia a la que pertenecen las redes neurales y el aprendizaje de máquina, por poner dos ejemplos tontos) estará pronto integrada en todos los sectores de la economía, desde la detención de cacos hasta la venta al por menor. Las dos potencias indiscutibles en este campo son Estados Unidos y China, cuyas empresas digitales no solo dominan el mercado, sino que se han asegurado el poder de computación y la captación de datos necesarios para seguirlo dominando a corto y medio plazo. Europa, pese a ser la segunda economía del mundo, está en la prehistoria de esta nueva autopista del desarrollo social y económico. La Comisión Europea tiene en marcha propuestas legales interesantes, pero el público y los beocios parecen más preocupados por cerrar sus fronteras que por abrir su futuro. “Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano”, dijo Schiller. Es desesperante.
Ya hay expertos que nos previenen contra el nacionalismo de la inteligencia artificial. Las superpotencias del ramo, Estados Unidos y China, tienen toda la intención de utilizar esta ciencia vertiginosa para crear unas armas autónomas que dejen a los demás arsenales a la altura del betún, o buscando setas por el bosque, y ello por no hablar de los ciberataques que nos caen encima como el cielo de Asurancetúrix. Europa había contado hasta ahora con la protección militar y cibernética de la Casa Blanca, pero su actual inquilino nos ha hecho abrir los ojos a todos. En sus horas más bajas, Europa necesita al menos un buen impulso a su desarrollo de la inteligencia artificial.
Y las fronteras, también en esto, son el mayor escollo. Por lo que hemos visto hasta ahora, Alemania se resiste a cooperar con Francia en estas investigaciones. Eso es ya una forma de nacionalismo cibernético. Las políticas antimigratorias son otra: en Silicon Valley no es tan fácil ver un hombre blanco. Y la renuencia chauvinista a colaborar con otros continentes son otro nacionalismo más. Por ahí no se sale.
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