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Columna
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Ley de los Frívolos

La premisa fundamental de las democracias capitalistas es la competición justa

Víctor Lapuente
Ambiente entre los taxistas en la primera jornada de la protesta de taxistas que bloquean el paseo de Gracia de Barcelona.
Ambiente entre los taxistas en la primera jornada de la protesta de taxistas que bloquean el paseo de Gracia de Barcelona.CARLES RIBAS

Julián Marías decía que la Guerra Civil fue consecuencia de una ingente frivolidad. Es la “palabra decisiva” para entender cómo, en un momento de esplendor intelectual, tantas de nuestras mentes brillantes se dedicaron a jugar con los odios colectivos. Políticos, clérigos, periodistas, empresarios o dirigentes de sindicatos tergiversaron la realidad y crearon enemigos abstractos (del fascismo a la masonería). Por lo general, ellos no apretaron el gatillo. Pero deshumanizaron a otros españoles, convirtiéndolos en dianas de una violencia indiscriminada. Estos pobres pagarían las palabras incendiarias de los líderes políticos, económicos y culturales.

La falta de responsabilidad de las élites fue la causa de muchas atrocidades en el siglo XX. Pero frivolidad sigue siendo la palabra decisiva para comprender los males del siglo XXI. La premisa fundamental de las democracias capitalistas es la competición justa. Los más capaces triunfan en la política y en los negocios. No debería haber espacio para los irresponsables frívolos. Pero cada día hay más.

En economía, la letanía oficial es que vivimos en una época de capitalismo salvaje. Te equivocas y te quedas en la cuneta. Pero eso es verdad sólo para las personas menos privilegiadas. Y es subsanable si tejemos una red protectora que amortigüe los reveses de la vida.

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El problema de fondo de nuestro capitalismo es el opuesto. Para demasiadas personas el capitalismo es poco salvaje. Las élites apenas se juegan la piel. Y, sobre todo, se juegan la piel de los otros. El paradigma han sido los bancos durante la crisis financiera de la que se cumple una década. La privatización de beneficios y la socialización de pérdidas mostró que las grandes fieras de la economía no viven en la ley de la selva, sino en un zoo, bien cuidadas por servidores teóricamente públicos.

Otro ejemplo son los académicos y miembros de profesiones protegidas que piden el despido libre y la libertad de competencia —para otros colectivos, claro—. Que los taxistas, obreros industriales y camareros tengan que enfrentarse a competidores salidos de la nada. No ellos. Estos predicadores frívolos ven claramente cómo se puede aplicar la lógica del mercado a otras profesiones, pero se encogen de hombros con la suya. “Uy, la Universidad…, eso es muy complejo de reformar”.

Y es que, ¿para qué jugarte el cuello si puedes jugarte el de los demás? @VictorLapuente

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