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Columna
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Aguas enrojecidas de sangre

El destino demográfico europeo no ha sido determinado por las élites europeas o los ciudadanos, ni puede someterse a consultas populares

Lluís Bassets
La primera ministra británica, Theresa May, a las afueras del número 10 de Downing Street, en Londres.
La primera ministra británica, Theresa May, a las afueras del número 10 de Downing Street, en Londres.FACUNDO ARRIZABALAGA (EFE)

Las celebraciones suelen ser selectivas. A veces olvidan el hecho más vivo del aniversario, que queda difuminado en la memoria. En abril de 1968, un diputado conservador de Westminster pronunció un discurso que se ha instalado en la imaginación política como un hilo rojo que explica todo lo que ha sucedido con la llegada de ciudadanos extranjeros, especialmente de color, a la principal de las islas británicas. Se llamaba Enoch Powell, era un cultísimo profesor de lenguas clásicas y su discurso enseguida se conoció por los versos de Virgilio que citaba: "¿Me parece ver 'las aguas del Tíber enrojecidas de sangre'".

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Powell tiró hace 50 años de la alarma ante la llegada de ciudadanos de color de las antiguas colonias británicas, a buena parte de los cuales, años después, ahora mismo, se les hurtaría la nacionalidad en razón de la pérdida deliberada de la documentación que les otorgaba derecho a convertirse en ciudadanos. Cuando lo pronunció, quince días después del asesinato de Luther King, la opinión pública mundial se hallaba todavía impresionada por los disturbios raciales en Estados Unidos y el fantasma que atormentaba a las mentes conservadoras era el de una Europa convertida en una sociedad multicultural.

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La profecía de Powell desborda ampliamente a la extrema derecha, a pesar de su contenido supremacista blanco y europeo. Powell consideraba que la llegada de los extranjeros era fruto de decisiones y de consensos entre las elites económicas y comerciales. "Es como contemplar a una nación enfrascada en construir su propio pira funeraria", dijo. Conservadores menos extremistas han querido entenderla como la advertencia ente el desentendimiento de toda una sociedad respecto a su futuro, algo que ha pretendido corregir con los instrumentos democráticos, y concretamente con un referéndum como el del Brexit.

Este es el caso del informe, difundido este martes, del Consejo Asesor de las Migraciones de Reino Unido, dedicado a estudiar la organización de las políticas de migración posteriores a la salida de la UE, que parte de una idea fundamentalmente errónea e irrealista, como es creer que la democracia permite devolver el control de las fronteras y de la entrada de extranjeros, es decir, recuperar la soberanía perdida por la globalización y por la libre circulación de personas en el espacio europeo.

Reino Unido se va de la UE, si creemos este informe y los argumentos de Theresa May, porque cree que puede escapar así del destino demográfico europeo, un destino que no han determinado ni pueden determinar las élites europeas o los ciudadanos, ni someterse a consultas populares. Se producirá en cualquier circunstancia, porque está inscrito en la economía, la geografía y la demografía, es decir, en el lugar que ocupa Europa, y también Reino Unido, en el mapa geopolítico del mundo. Y solo dependerá de nosotros, los europeos, y de nuestra capacidad para gestionar las migraciones con sensatez y respeto a los derechos humanos, que sea verdad o se desmienta la espantosa profecía sobre los ríos de sangre que nos amenazan.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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