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ACENTO
El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un buen tipo

La obra de García Hortelano recuerda que el final del franquismo fue también un momento divertido

Guillermo Altares
Juan Gacría Hortelano, en Madrid en 1989.
Juan Gacría Hortelano, en Madrid en 1989.Ricardo Gutiérrez

El Metro de Madrid tiene la buena costumbre de decorar algunos vagones con fragmentos literarios. A los textos escogidos se les podría aplicar a veces aquella escena del wéstern La leyenda de la ciudad sin nombre en la que al personaje que interpreta Lee Marvin le afean la conducta unos puritanos por beber alcohol. “¿Ha leído usted la Biblia? ¿No le ha quitado eso su afición por la bebida?”, le preguntan al veterano minero, que no reconoce más ley que la lealtad a sus socios. “Sí, señora”, responde Marvin. “Pero me quitó la afición por la lectura...”. Digamos que la literatura elegida no siempre es la mejor tarjeta de presentación para lanzarse al descubrimiento de una obra.

Pero muchas otras veces los textos no pueden ser más oportunos y es un placer encontrarse con, por ejemplo, unas viñetas de Carlos Giménez porque se abandona el vagón con ganas de seguir leyendo sus tebeos, uno de los mejores relatos de la posguerra española. El otro día apareció un texto de Juan García Hortelano. Durante mucho tiempo, el mundo literario español tenía todo tipo de divergencias y rencillas, pero un punto de acuerdo: que García Hortelano era un tipo maravilloso e inteligente, tan gran escritor como buena persona, además de un luchador antifranquista. Aunque hayan pasado ya demasiados años desde su temprana muerte, en 1992 a los 64 años, la leyenda de su bonhomía se mantiene intacta. Fue un enorme novelista —Nuevas amistades, El gran momento de Mary Tribune, Gramática parda—, que manejaba un humor tan sutil como implacable, y un ingenioso y certero cuentista. En el Metro podía leerse un fragmento de uno de sus relatos, ‘Las variaciones del uno’ (que pertenece al libro Mucho cuento).

Así empieza: “El mismo día en que llegó la democracia, decidió tomarse algunas libertades. Empezó por encarar sus represiones más familiares y, así por las buenas, se permitió entrar en unos grandes almacenes, hibernar las viejas amistades y arrinconar sus estudios socioeconómicos...”. Cuando llegó la democracia, este país empezó, efectivamente, a tomarse muchas libertades. Nunca está de más rememorar todo lo que cambió aquellos años, que también fueron divertidos, no solo solemnes. El texto nos ayuda a recordar con una sonrisa de dónde venimos y que la libertad que nos permite encarar nuestras represiones familiares nos la regalaron personas como él.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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