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Columna
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Sánchez de Arabia y la política real

La rectificación a Margarita Robles expone el cortocircuito de Moncloa y el gabinete ministerial

Margarita Robles, este miércoles, en la sesión de control al Gobierno.
Margarita Robles, este miércoles, en la sesión de control al Gobierno.ULY MARTIN (EL PAÍS)

Enternecía la ingenuidad con que el Gobierno socialista emprendía la defensa del pueblo yemení a expensas de restregarle al régimen saudí el contrato de las 400 bombas endemoniadas. Llegó Margarita Robles a jactarse del desplante geopolítico en la doctrina de la paz y el amor, pero Moncloa ha terminando desautorizándola, no ya para prevenirse de las movilizaciones de los astilleros de Navantia sino para resignarse a las vergüenzas de la realpolitik.Tendrán sus bombas los tiranos medievales. Podrán exterminar a la insurgencia civil. Y regresará la normalidad a la relación perversa que el Estado ha cultivado desde hace décadas blanqueando al país más implicado en la propagación del yihadismo.

La espantá es ilustrativa de la desorientación del Gobierno, de la asiduidad con que incurre en la política de rectificaciones y de los problemas de comunicación. Hacia fuera, en primer lugar, porque el Ejecutivo corrige las versiones con insólito amateurismo. Y hacia dentro, pues el caso de las bombas saudíes resalta el cortocircuito de Moncloa con los ministerios.

La disonancia adquirió un aspecto inequívoco en la gestión del máster de Carmen Montón: la ministra dimitía unas horas después de haber sido confirmada y elogiada por su presidente. Es tentador atribuir al sacrificio el mérito de una reacción ejemplar y relamerse en la problemática mimética que se le origina a Casado, pero el cumplimiento de las obligaciones no representa un motivo de orgullo —la dimisión de Montón era perentoria— ni las secuelas en Génova encubren la fragilidad del Gobierno allí donde parecía más rocoso: la comunicación y el equipo ministerial.

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La una y el otro constituían la alternativa a la precariedad parlamentaria. No alcanzaban ni alcanzan 84 diputados para consentirse una legislatura optimista, pero Sánchez aspiraba a remediar la aritmética con la pedagogía, la reputación de sus mosqueteros y los golpes de escena mediáticos. Ha tenido que evacuar a su gabinete dos ministros en 101 días. Y se ha visto corregido por la realidad cuando quiso emprender sus iniciativas megalómanas.

El desafío a Arabia Saudí pertenece a la categoría. Una bravuconada, un amago, una improvisación buenista cuyas pretensiones se han disuelto entre las coacciones de otros ministerios —Industria, Exteriores—, las feroces represalias de la satrapía —el contrato del AVE a La Meca— y el riesgo que implicaba una revuelta en los astilleros, más todavía cuando han presionado para evitarla sus socios de Gobierno —Kichi es el alcalde de Cádiz— y la presidenta de la Junta de Andalucía en el umbral de unas elecciones anticipadas.

Nótese la paradoja. El Gobierno renegaba de venderle bombas a Arabia Saudí, pero no renunciaba a fabricarle las corbetas, como si las corbetas —buques militares— fueran naves de recreo para buscar el cadáver de Bin Laden.

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