Realpolitik en Arabia
Felipe VI regresa con los objetivos económicos cumplidos, pero condescendiendo con un país que patrocina la doctrina islámica más radical y aplasta los derechos humanos
La realpolitk y las prioridades económicas explican que el viaje oficial de Felipe VI a Arabia se haya resuelto sin el menor atisbo de reproche o censura al oscurantismo que ejerce el régimen saudí.
Hubiera sido de mala educación aludir a la vulneración enciclopédica de los derechos humanos o la masacre militar de Yemen, pero estas actitudes condescendientes o especulativas con los países que patrocinan el islamismo radical vacían de sentido y de credibilidad cualquier discurso aprensivo que pueda emprenderse luego sobre la amenaza global del terrorismo yihadista.
Arabia Saudí es una satrapía que condena a muerte a los homosexuales y degrada a las mujeres. Y es una monarquía que aplica la sharia en parecidos términos a cuanto hace el Estado islámico en su territorio volátil.
No iba a señalar Felipe VI semejantes aberraciones. Ni iba a referirse en sus discursos fraternales a la colonización de la doctrina wahabista. Una concepción del fundamentalismo que amalgama las leyes humanas con las divinas y que convierte a los imanes de ultramar en misioneros del terror.
No era el momento de mencionárselo a su majestad Salman. No ya por las buenas relaciones de las monarquías borbónica y saudí, sino porque la corte de empresarios que secundaba a Felipe VI anteponía los objetivos. Ninguno tan elocuente como la construcción del AVE de Medina a la Meca, ni de tanto valor coyuntural como la venta de cinco corbetas, más todavía cuando el contrato en cuestión tranquiliza la situación laboral 2.000 empleados en los astilleros que Navantia tiene en Ferrol y San Fernando.
Se han cumplido los presupuestos del viaje, pero resulta inquietante la naturalidad y hasta el entusiasmo con que pretende divulgarse el éxito de la misión diplomática. Se ha firmado, tengámoslo en cuenta, un pacto mefistofélico en Ryad. Y se le ha dado a Arabia Saudí la oportunidad de blanquearse en contacto con una democracia aseada. Y como si el petróleo saudí, tan fértil en la financiación explícita o implícita del islamismo radical, pretendiera transmutarse en agua bendita.
España actúa con sentido del pragmatismo. Y se abstrae de las cuestiones éticas o morales, entre otros motivos porque el contrato del AVE lo había querido firmar Sarkozy. Y porque casi todos los países occidentales, empezando por la ya difunta Administración Obama, ejercen la misma hipocresía, especialmente en tiempos de crisis económicas y de amnesia geoestratégica.
Felipe VI ha revalidado las buenas relaciones personales e institucionales que su padre había fomentado con la dinastía saudí. Arabia es una potencia petrolífera y un formidable aliado comercial, pero semejantes cualidades obligan a disimular la perversión de la doctrina yihadista.
Y no han cambiado las cosas, ni siquiera después de que España permanezca todavía hoy como el país europeo donde se ha producido el mayor atentado islamista de Europa.
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