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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos

En 2011, unos espabilados montaron en la URJC un chiringuito que engordaba el currículo de políticos sin mucho tiempo pero con gran futuro

La ministra Carmen Montón muestra correos electrónicos durante la rueda de prensa de este lunes.Vídeo: Álvaro García (EL PAÍS) / EPV
Pepa Bueno

El ministro que devolvió el divorcio a España en 1981, Francisco Fernández Ordóñez, un católico que se enfrentó a la oposición feroz de la Iglesia, decía que no hay nada más difícil que explicar lo evidente.

Lo evidente políticamente no siempre es lo que se ve. No es una verdad inmutable ni una unidad mensurable. Lo evidente es aquello en lo que la mayoría está de acuerdo por la suma contradictoria de la experiencia acumulada y las urgencias del momento. No te toca, se huele.

Y ahora mismo parece evidente que los millones de estudiantes universitarios españoles y sus familias no soportan ni media broma con el esfuerzo que les ha costado y les cuesta el máster que, solo en teoría, les abre la puerta al mercado laboral. Sean de izquierdas o de derechas. Creyentes, agnósticos o ateos. De Madrid, de Vigo o de Cádiz. Del Huesca o del Barça.

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Dice Carmen Montón que para entender las grandes lagunas de su máster hay que ponerse en el año 2011. Nos ponemos, sí. La crisis nos estaba golpeando duro, se destruían puestos de trabajo como si no hubiera mañana, el máster era todavía una realidad relativamente reciente en España y con el miedo en el cuerpo no había ojos más que para caminar erguidos y contar las bajas en las oficinas públicas de empleo.

Hoy empezamos a saber que en medio de aquel desmoronamiento, unos espabilados habían montado en la Universidad Pública Rey Juan Carlos un chiringuito que engordaba el currículo de políticos sin mucho tiempo pero con gran futuro y que el invento se sostenía por la presencia activa de los alumnos anónimos que, ellos sí, asistían a clase como era obligatorio y entregaban sus trabajos en tiempo y forma. Seguro que no todos los políticos actuaron igual y que las facilidades que les dieron fueron diferentes según el caso y la desvergüenza. Es posible que la señora Montón —una política solvente con una carrera llena de aciertos— tuviera un interés sincero en aprender y simplemente “tomó” lo que le daban. De ahí su incredulidad ante lo que le está pasando y lo difícil que le resulta entender lo evidente.

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