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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una invasión de avispas

El norte de Europa ha vivido un verano muy cálido, que deja en evidencia que no se puede seguir ignorando el cambio climático

Guillermo Altares
El cauce del río Rin a su paso por Düsseldorf este mes de agosto.
El cauce del río Rin a su paso por Düsseldorf este mes de agosto.PATRIK STOLLARZ (AFP/Getty Images)

Una vieja historia relataba que un millonario estadounidense llegó a Inglaterra y, maravillado ante los jardines, aseguró que quería tener un césped tan resplandeciente, ante lo que el jardinero respondió: “Es muy fácil: lo planta y lo riega… durante 300 años”. Pero este año numerosos jardines de las islas británicas se han quedado totalmente amarillentos, al igual que ha ocurrido en muchas otras partes del norte de Europa.

En Suiza o en Suecia han tenido problemas para dar de comer al ganado, que desde tiempos seculares se había alimentado de unos pastos que de repente estaban tan agostados como en Castilla. Se han secado ríos y cosechas en los países escandinavos. Berlín, una ciudad que todavía no ha descubierto el aire acondicionado, ha vivido noches tropicales y una invasión de avispas, ante la que comprar fruta era como protagonizar una película de catástrofes, porque el molesto e inquietante enjambre se arremolinaba en torno a la promesa del azúcar. Por no hablar de los cargueros que se dirigen desde el Atlántico hacia Asia por el mítico paso del Norte, libre de hielo de forma insólita.

Casi sin habernos dado cuenta, algo ha cambiado en el norte de Europa este verano. No es ni mucho menos la primera ola de calor, pero sí la más larga. Y, sobre todo, deja la sensación de que cada año va a ser peor. Es como si la dama Galadriel nos susurrase las palabras con las que empieza la versión cinematográfica de El señor de los anillos: “El mundo ha cambiado. Lo siento en el agua, lo siento en el aire”. En Siberia, una de las consecuencias de las altas temperaturas ha sido que, al fundirse el permafrost, la tierra siempre helada de las regiones árticas, han aparecido numerosos restos de animales prehistóricos perfectamente conservados. A finales de agosto se descubrió un potro de 40.000 años de una especie de caballos prehistórica ahora extinta —el muy entretenido y recomendable Siberian Times se ha convertido en una mina de este tipo de noticias—. Estas especies, desaparecidas hace miles de años, representan la evidencia máxima de que las turbulencias climáticas tienen consecuencias sobre la vida en el planeta. Todavía nos queda tiempo para entender un mensaje que no puede ser más claro. Pero cada vez menos.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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