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La ciudad se convierte en el arca de muchos animales

Decenas de especies que se están extinguiendo en su hábitat natural prosperan en entornos urbanos

Miguel Ángel Criado
Por cada perico de La Española que hay en las selvas dominicanas, viven decenas en los parques de la capital, Santo Domingo.
Por cada perico de La Española que hay en las selvas dominicanas, viven decenas en los parques de la capital, Santo Domingo.Álvaro Luna

Al perico de La Española ya es más fácil avistarlo sobre los tejados de la capital de la República Dominicana, Santo Domingo, que en el resto de la isla. De hecho, los ornitólogos creen que esta especie de loro está funcionalmente extinguida en su rango original y su supervivencia dependerá de los periquitos de la ciudad. El fenómeno se está produciendo con decenas de especies de todo el planeta. Para muchas de ellas, las ciudades se están convirtiendo en su último refugio.

Capturado ya por los primeros españoles que llegaron La Española, este periquito antillano abundaba hasta hace unas décadas tanto en Haití como en República Dominicana. Hoy ha desaparecido del entorno rural, cazado para comerlo o para venderlo como mascota. Por cada ejemplar visto en las selvas más recónditas y los bosques de coníferas de la isla, hay al menos un centenar en la capital. Su captura es ilegal desde que comenzó el siglo, pero se pagan muy bien en el mercado negro. Cuando la policía decomisa algún perico, lo entrega a responsables del zoo que lo liberan. Es un ejemplo de la llamada paradoja urbana de la conservación: las ciudades, los humanos, agentes activos en la pérdida de biodiversidad, permiten al mismo que muchas poblaciones de animales y plantas prosperen.

"En los pueblos los han cazado y los siguen cazando, hay gente que vive gracias a la captura de los pollos", recuerda el investigador de la Estación Biológica de Doñana y estudioso de la fauna urbana, Álvaro Luna. Junto a un grupo de científicos, Luna dedicó el mes de junio de 2017 a rastrear La Española para estimar la población de periquitos y cotorras de La Española, otro loro en situación de casi extinción, ambas especies endémicas de la isla. Se pasaron días y días sin ver uno y, de pronto, en plena capital, observaron una bandada de decenas de ejemplares de pericos. De la cotorra ni eso. apenas unas 70 aves. "En el pasado se podían ver grupos de 400 o 500 ejemplares juntos, ahora ves dos o tres", añade Luna.

En el otro extremo del planeta, en la populosa e hiperurbanizada Hong Kong, con una densidad de población humana de más de 6.500 habitantes por Km2, vive el 10% de las cacatúas de cresta amarilla que quedan. No es un porcentaje tan extremo como el de cotorras y pericos de La Española, pero si se le suman las que viven en la también densamente poblada Singapur, entre ambas megalópolis (15 millones de habitantes) albergan casi la quinta parte de estas cacatúas. Originarias del este de Indonesia y Timor Oriental, la Cacatua sulphurea, de la que quedan apenas 2.000 ejemplares, está en una situación crítica.

Casi el 20% de la población de cacatúa de cresta amarilla que queda vive en Hong Kong y Singapur

"A medida que las poblaciones nativas siguen mermando debido a la caza furtiva, la población introducida en Hong Kong está cobrando cada vez más importancia", dice en un correo el biólogo de las universidades de Hong Kong y de Ciencias y Tecnología de Shenzhen (China), Luke Gibson. Tanto la excolonia británica como la ciudad-estado son los grandes centros del comercio del este de Asia, también del tráfico de animales. Eso explica la existencia de centenares de cacatúas. Lo llamativo es que, mientras desaparece de su entorno original, en las ciudades donde ha encontrado refugio es una especie invasora.

"Es muy frecuente entre las especies de loros, muchas de las cuales han sido introducidas en ciudades de todo el mundo", comenta Gibson. "En ocasiones, estas poblaciones generan problemas, ya sea picoteando el cableado eléctrico o desplazando a otras especies de aves. Son animales amenazados globalmente, pero al mismo tiempo una amenaza en las ciudades donde se han establecido, lo que crea una paradoja en la conservación", añade.

En la capital australiana, Melbourne, hay una gran población estable de otro animal volador también amenazado. Esta vez se trata de un mamífero, el zorro volador de cabeza gris, uno de los murciélagos más grandes del planeta. Se estima que las colonias que hay en los parques de la ciudad cuentan con un total de 30.000 ejemplares. Son tantos que han servido para repoblar otras ciudades vecinas. Este murciélago es uno de los animales que, estando en situación vulnerable, han prosperado más en las ciudades australianas. Un estudio de 2015 analizó la distribución espacial de 1.643 especies amenazadas en Australia y encontró que la mitad de las especies animales y un tercio de las de plantas viven también en las ciudades. Solo en Sydney hay 124 especies. De hecho, en términos relativos, en el espacio que ocupan las 99 ciudades del estudio hay más especies de la lista de amenazadas que en el entorno natural.

En Australia, hay más especies amenazadas en las ciudades que en el entorno natural

"Las ciudades se suelen caracterizar por una gran variedad de hábitat y la abundancia de agua y comida, lo que puede favorecer a algunas especies"", explica el profesor de Medio Ambiente y Sociedad de la Universidad de Nottingham (Reino Unido) y principal autor de aquel estudio, el australiano Chris Ives. Sin embargo, rechaza que la urbanización en sí tenga un efecto positivo generalizado sobre la biodiversidad. En el caso de las ciudades australianas, es posible que todo se deba a su rápida y reciente expansión dentro de los ecosistemas que las rodean. "Esto es probablemente así en países como Australia, donde el desarrollo urbano es muy reciente", comenta.

Para la profesora de la Universidad Pablo de Olavide, Martina Carrete, la ciudad puede ser un refugio, "pero solo para las especies que aprenden a tolerar a los humanos y una vez que lo consiguen los beneficios son muchos: comida, ausencia de depredadores, microclima..." El problema es que estos nuevos animales urbanos pueden perder la función ecológica que cumplían en su entorno natural. En el caso de los pericos de La Española, eran los principales dispersadores de semillas de la isla. Y si no hallan un nuevo encaje pueden convertirse en reliquias. Como dice Carrete, "conservas, tienes miles de pericos pero, sin función, es como si los tuvieras en una gran jaula".

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Sobre la firma

Miguel Ángel Criado
Es cofundador de Materia y escribe de tecnología, inteligencia artificial, cambio climático, antropología… desde 2014. Antes pasó por Público, Cuarto Poder y El Mundo. Es licenciado en CC. Políticas y Sociología.

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