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Columna
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¡Vaya con el viejo periodismo!

Los golpes que recibe Trump se los propina con frecuencia él mismo

Lluís Bassets
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en una imagen de archivo.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en una imagen de archivo.MANDEL NGAN (AFP)

Bob Woodward, el héroe del Watergate, que derribó a Richard Nixon junto a su compañero de The Washington Post, Carl Bernstein, acaba de asestar un golpe certero a ese presidente que se declara enemigo del periodismo y pretende gobernar el mundo e imponer sus mentiras cada mañana desde su cuenta de Twitter. Woodward publica en los próximos días Fear (Miedo), el libro que ha escrito sobre Trump y testimonio de la inconsistencia, ignorancia, ineptitud y mendacidad de un personaje al que no le tienen consideración ni siquiera sus más estrechos colaboradores.

Los golpes que recibe Trump se los propina con frecuencia él mismo. Si Woodward no habló con él antes de escribir el libro, aunque se lo pidió a través de media docena de sus colaboradores, fue o por el desprecio del presidente hacia la prensa o porque la Casa Blanca es un caos sin remedio, en la que son regla los errores de principiante. Este pudo ser el caso de su último tuit radioactivo, en el que exhibe su desvergonzado desprecio por la independencia de los jueces y por el Estado de derecho. Trump no ha tenido rebozo en atacar al fiscal general Jeff Sessions porque no protege a sus amigos cuando se enfrentan a procedimientos judiciales, como no lo ha tenido tampoco para apelar a la justicia para que persiga a sus enemigos.

El momento elegido para estos reproches, a propósito del procesamiento por corrupción de dos congresistas republicanos, no es el más oportuno. El juez conservador Brett Kavanaugh, candidato de Trump para la última vacante del Supremo, ha empezado la audiencia ante el Senado en la que debe demostrar su independencia de criterio respecto a quien le ha nominado. El fiscal especial Robert Mueller, que investiga las interferencias y complicidades rusas en la campaña electoral para derrotar a Hillary Clinton, está al acecho ante cualquier indicio de que Trump haya pasado de las palabras a los hechos, obstaculizando la acción de la justicia.

Todo esto apenas tiene importancia para los republicanos. Sobre todo después de la muerte de John McCain, último representante de la antigua y decente política conservadora. Trump rinde los servicios que le exigen quienes le subieron al pedestal: los ricos pagan menos impuestos, las empresas contaminantes funcionan a pleno ritmo, hay expulsiones masivas de ciudadanos indocumentados y la institución más estratégica para la protección de los derechos de los ciudadanos, el Tribunal Supremo, vira hacia la oscuridad del extremismo. Kavanaugh saldrá confirmado y no habrá votos republicanos para la destitución parlamentaria del presidente. La economía va bien y sigue siendo útil el juguete roto en el que Trump se está convirtiendo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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