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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Extremo, pero sin ultimátums

Actuó como dirigente, no como presidente: habló solo para los ‘indepe’

El president de la Generalitat, Quim Torra, durante su discurso en el Teatro Nacional de Cataluña.Vídeo: Marc Gonzalez (AFP) / Quality
Xavier Vidal-Folch

Para lo solemne, Quim Torra hizo como sus antecesores: olvidó al Parlament (permite réplicas), ominosamente cerrado. Escogió un teatro. Sin infieles.

Y sin dirigir un solo guiño a la mitad larga no rupturista de los catalanes. La contrarió, contra los datos electorales: “El independentismo tiene la mayoría social”. Hizo el discurso de un dirigente de parte, no de un presidente.

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Suave y florido en el estilo, extremo en el contenido y etéreo e inconcreto en sus planes de actuación, criticó al Estado con el conocido y exhaustivo repertorio del argumentario soberanista.

Pero respetó la propuesta del presidente, Pedro Sánchez (referéndum de un Estatut, autogobierno), por ser “política y democrática”, aunque se opuso a ella.

Es esa la primera inflexión de un president secesionista. Que causa fisuras en campo propio.

Pues si España se dedica a vulnerar los derechos humanos como sostiene (contra el criterio del Tribunal de Estrasburgo, que ha condenado, por violarlos, más veces a la Bélgica de Carles Puigdemont que al Estado español), ¿cómo se explica que su primer mandatario ejecutivo sea respetable?

Veremos qué recorrido tiene ese dato. Pero es nuevo.

El caso es que el president contrapuso al programa autonomista de Sánchez la manida salida del referéndum de autodeterminación. Manida porque tanto Artur Mas como Carles Puigdemont celebraron sucedáneos del mismo. Y los aderezaron de conferencias.

Pero, a diferencia del último, no amenazó con acciones concretas de ruptura, no planteó un ultimátum, no fijó siquiera un calendario. Solo esgrimió retórica, a veces hiperbólica. Pero la hipérbole no es materia justiciable. Ni acreedora de ningún 155.

Como ellos, insistió en que el secesionismo goza de un “mandato” popular —que el electorado no le otorgó, aunque disponga de frágil mayoría parlamentaria— para la autodeterminación.

Como ellos, apeló a los ejemplos escocés y quebequés, olvidando que ninguna de ambas consultas se celebró en función del derecho de autodeterminación de la ONU, válido solamente —en el sentido de derecho a secesión— para pueblos colonizados, reprimidos por dictaduras o invadidos militarmente.

Lo sabe. Y sabe que un tercer intento por la brava traería otro 155 (o más) y sería el verdadero final de las libertades catalanas por largo tiempo.

Tampoco hubo ultimátum sobre los juicios a los líderes del procés encarcelados. Solo el torpón anuncio de que no“toleraría” una sentencia no absolutoria. Pero ¿cómo? Estudiando las resoluciones, poniéndose a disposición del Parlament, convocando a los parlamentarios de todas las Cámaras: puede presumirse que sería para repetir el golpe parlamentario del 6 y 7 de septiembre de 2017 y proclamar otra vez la República.

Pero no hubo llamada directa al desacato, frustrando a aquellos conservadores que, en vez de conservar, prefieren el lema leninista cuanto peor, mejor.

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