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Piedra de toque
Tribuna
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Defensa de Mauricio Rojas

Sostener que este ensayista niega los horrores de Pinochet es un disparate. Sin embargo, esta acusación falsa le ha llevado a dimitir

Mario Vargas Llosa
FERNANDO VICENTE

Mauricio Rojas, nombrado ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile por el presidente Sebastián Piñera el 9 de agosto de este año, tuvo que renunciar el día 13, es decir, menos de noventa horas después. Su velocísimo paso por el Gobierno se debió a una impecable operación de descrédito y calumnias de una izquierda que yo creía, ingenuo de mí, reformada y democrática. Me equivocaba: sigue siendo la misma que contribuyó, con su sectarismo extremista y retórica incendiaria e irreal en los tiempos de Salvador Allende, a destruir la democracia chilena y a llevar al poder al sanguinario régimen de Pinochet, que, por supuesto, la golpeó a mansalva.

Eso es lo que le critica Mauricio Rojas, que la conoce bien pues la vivió en su juventud desde adentro, y lo que esa izquierda intolerante no le puede perdonar. Diré, antes que nada, que, desde que lo conocí tengo una gran admiración por él, pues lo considero una de las personas más limpias y decentes que he tenido el privilegio de tratar, y por su trabajo intelectual, una veintena de libros que son un modelo de rigor, conocimiento e inteligencia.

Nacido en 1950, educado por una madre socialista, Juana Mullor, a quien la dictadura de Pinochet encerró y torturó en Villa Grimaldi, antes de permitirle exiliarse en Suecia, Mauricio fue militante del MIR en su juventud y creyó en la revolución armada como muchos jóvenes chilenos de su generación que rechazaban la democracia burguesa —máscara de la reacción— y estaban convencidos de que sólo el comunismo crearía una sociedad justa y solidaria. Tuvo la suerte de salir al extranjero antes de que lo cogieran y pasara muchos años en la cárcel o muriera fusilado o a consecuencia de las torturas, como tantos camaradas suyos.

Su velocísimo paso por el Ejecutivo se debió a una impecable operación de descrédito y calumnias

En Suecia, se mantuvo unido a los exiliados chilenos más radicales y trató de ir a Cuba a recibir instrucción militar —guerrillera y terrorista— pero complicaciones burocráticas frustraron este intento (menos mal para él). El gran cambio —su conversión— ocurre en la Universidad de Lund, a la que ingresó para estudiar Economía. Fue un cambio intelectual y ético primero que político. Antes de doctorarse sus ideas habían evolucionado del marxismo hacia la democracia y el liberalismo, como ha contado en ensayos muy diversos, que se refieren a la economía latinoamericana, a Suecia, a Marx, a Lenin, a la Argentina, a su propio país. Siempre es fascinante leerlo, porque, aunque trate de cuestiones especializadas y muy técnicas, sobre economía por ejemplo, nunca se aparta de la realidad viva y circundante, de la problemática actual. Y eso da a lo que escribe, además de su cualidad intelectual, un sentido práctico, de verdad vivida, como los artículos y libros de un George Orwell.

Mauricio Rojas es un intelectual y un hombre de acción, un maridaje nada frecuente. En Suecia no sólo aprendió el idioma —en el que escribió algunos de sus libros— sino que militó en el Partido Popular Liberal y por seis años fue su diputado en el Parlamento sueco. Luego, trabajó en España en un tema de su especialidad, la inmigración, y quienes hemos leído la memoria que escribió sobre la Escuela de Profesionales de Inmigración y Cooperación podemos valorar el tamaño de las calumnias que se han vertido contra él en estos días, acusándolo, entre otras innobles estupideces, de haberse mostrado injurioso e insensible contra los millares de africanos que huyen de sus países y arriesgan sus vidas tratando de entrar a Europa. Pocas personas han trabajado con tanta solidaridad y comprensión sobre este dramático asunto como Mauricio Rojas.

Lo considero una de las personas más limpias y decentes que he tenido el privilegio de tratar

El Diálogo de conversos que ha publicado con Roberto Ampuero —hay dos volúmenes—, y que yo reseñé en esta columna, es un muy interesante testimonio de dos chilenos que, en su juventud, creyeron en la revolución, las pistolas y las bombas como armas políticas para acabar con las injusticias sociales —Ampuero no fue mirista sino comunista— y que, luego, asumieron que esta era una vía insensata que podía traer a la sociedad remedios peores que la enfermedad, y que optaron por posiciones democráticas, es decir, pacíficas y liberales. De este libro está entresacada, desgajándola de su contexto, la frase que desató la gran movilización de la izquierda chilena contra Mauricio Rojas, una frase que critica al Museo de la Memoria llamándolo un “montaje” dramático más que un museo. Deducir de ello que Mauricio niega los horrores cometidos por el régimen de Pinochet es un disparate sin pies ni cabeza. Hay decenas de citas que se pueden sacar de sus artículos, libros e intervenciones públicas, en los que reconoce y condena con dureza los crímenes de la dictadura que padeció Chile durante el régimen militar.

Sólo que él nunca se queda en estas admoniciones sin escarbar en los orígenes de aquel golpe de Estado que destruyó una de las democracias más sólidas de América Latina. La responsabilidad de la extrema izquierda en la caída de Allende fue muy grande. Este había sido elegido por un tercio del electorado para mantener y perfeccionar las instituciones democráticas, no para hacer una revolución socialista semejante a la cubana. Los desórdenes, tomas de tierras y de fábricas, la violencia desatada por aquellas masas que querían “dar el salto cualitativo” hacia el estatismo, el colectivismo, y convertir a Chile en una segunda Cuba, aterraron a buena parte de la sociedad chilena, y eso creó un estado propicio para el golpe militar y ese período terrible de la historia chilena.

En vez de encarnizarse montando grotescas distorsiones como ésta de la que ha sido víctima Mauricio Rojas, con alguien que fue uno de los suyos —ahora hasta tratan de negarlo— y que fue capaz de emanciparse de la ceguera ideológica y el fanatismo político, haría bien esa izquierda que todavía representa un segmento importante de la sociedad chilena, en examinar con un ojo crítico sus errores y excesos durante aquel período incandescente de la historia chilena, para contribuir mejor a perfeccionar esa democracia que Chile ha recobrado, y que, no lo olvidemos, lo ha convertido en el país latinoamericano que progresa más rápido en todos los sentidos: el político, el social y el económico. Lástima que esta victoria del revanchismo hepático prive a Chile de un ministro que en el campo cultural hubiera dejado también una huella de progreso en la realidad chilena.

Lo siento por Chile, no por él ni por sus lectores. Porque entiendo que, ahora, después de esta experiencia frustrante, ha decidido apartarse de todo cargo político para retornar a su trabajo intelectual. Es cierto que la vida no ha sido demasiado generosa con Mauricio Rojas, pues le ha deparado experiencias muy dolorosas. Él siempre ha sabido superarlas, con un optimismo envidiable, transformándolas en experiencias intelectuales, para beneplácito del número creciente de sus lectores. Quienes consiguieron sacarlo de malas maneras del ministerio que apenas llegó a ocupar no deben apresurarse a cantar victoria. La batalla sólo ha empezado y será larga, pero, pongo mi mano al fuego por ello, tarde o temprano Mauricio Rojas será el ganador.

 Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2018.

© Mario Vargas Llosa, 2018.

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