Divorcio no pactado
La campaña de May contra un Brexit sin acuerdo denota su debilidad
El Gobierno británico inició ayer una potente campaña contra una salida del Reino Unido de la Unión Europea no pactada. Es una operación algo surrealista porque ninguno de los interlocutores válidos se ha pronunciado a favor de una ruptura sin pacto, o sea, caótica y traumática.
No solo nadie se ha pronunciado en favor de esa salida, sino que, aunque sin descartarla totalmente, todos lo han hecho en contra: desde el propio Gobierno británico tras perder en julio el lastre de los ministros brexiteros más fanáticos (Boris Johnson y David Davis) hasta las instituciones europeas y los Gobiernos de los otros 27 socios de la Unión.
Así que la campaña va contra la oposición interna del partido tory —reforzada por ultras como el exdirigente de UKIP, Nigel Farage—, a la propuesta de un Brexit aparentemente suave diseñada en el reciente Libro Blanco del Gobierno. Todos ellos acusan de traición a la primera ministra Theresa May, cuando en realidad su propuesta hace honor a la filosofía del Brexit esencialmente duro. Eso es así pues se propone excluir a Reino Unido de las dos realizaciones básicas y primigenias europeas, el mercado interior y la unión aduanera. Aunque con la inaceptable pretensión de seguir gozando, desde fuera, de todas sus ventajas, sin cargar con sus costes.
Además de fortificar su debilitada posición parlamentaria interna y ante la opinión nacional, la campaña apunta a otro objetivo: insuflar credibilidad frente a los negociadores europeos, tratando de demostrar que el Gobierno va en serio en su aparente flexibilidad. Con la evidente intención de arguir que es el más práctico de los jugadores posibles, al que por ende no deben los europeos dejar caer.
Con ese mensaje busca así congraciarse con los 27. Y completar las visitas estivales de May a actores clave, como el presidente francés Emmanuel Macron, para cortocircuitar la conexión del equipo negociador comunitario con los Estados más influyentes. O al menos para fragilizar su posición.
Olvida probablemente que todo intento de mellar la unión de sus aún socios ha caído en el vacío. Y que todo apunta a que seguirá así, pues las dificultades actuales de la UE tienden más bien a fraguar posiciones convergentes ante acosos externos (Trump, Putin), o incluso domésticos (derivas antiliberales). Sobre todo cuando se percibe que alguien pone en cuestión aquella arquitectura económica y comercial (mercado interior, unión aduanera) en cuya conservación hay unanimidad.
En cuanto a lo más concreto, la factura de las 84 fichas propagandísticas contra un Brexit sin acuerdo aparece sólida, versen sobre las dificultades para viajar con las mascotas o los problemas de las certificaciones farmacéuticas. Los ejemplos escogidos son certeros. Conviene subrayar que las dificultades para los ciudadanos de una ruptura salvaje se acercarían a los de un Brexit duro con apariencia de blando.
Así que esta campaña viene a demostrar, sin desearlo, que la mejor alternativa para los británicos sigue siendo pertenecer a la UE; después, en orden descendente, quedarse lo más cerca posible; y al cabo, cuanto más lejos, peor. Bienvenida. Es un argumento adicional para desandar el disparate rupturista. De cualquier Brexit.
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