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MIRADOR
Columna
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La más ‘popu’

El gran cine norteamericano siempre tuvo como norma alcanzar la popularidad sin renunciar a la calidad

David Trueba
El equipo de ‘La forma del agua’ celebra el Oscar a Mejor Película en los Oscar 2018.
El equipo de ‘La forma del agua’ celebra el Oscar a Mejor Película en los Oscar 2018. © GETTYIMAGES

Recuerdo que un amigo del colegio que siempre suspendía las matemáticas logró convencer al profesor para que incluyera una nueva calificación: el premio al examen mejor presentado. Harto de zarzales, borrones, letrujas y ejercicios ininteligibles, el profesor aceptó la idea. Y mi amigo, que para las matemáticas era nulo pero para el dibujo tenía buena mano, a día de hoy es ilustrador de libros infantiles, logró aprobar la asignatura gracias a ganar en cada ocasión el premio al examen mejor presentado. Supongo que a todo el mundo esta anécdota le resulta absurda, pero me ha venido a la cabeza al saber que la Academia de cine de Hollywood se plantea conceder un premio Oscar a la película más popular. Esos premios ya comenzaron a desvalorizarse cuando admitieron diez finalistas en la categoría de mejor película. Era un intento de ampliar la lotería y que al menos la pedrea le tocara a películas de los grandes estudios. Fracasada la artimaña, ahora van a probar con la viveza de mi amigo para aprobar sus matemáticas.

Existe una ley no escrita que dice que si un pie no entra en un zapato, resulta más práctico reformar el zapato que mutilar el pie. Aplicada a los premios Oscar, si una película no es suficientemente buena para merecer el galardón, basta con crear una categoría donde sea imbatible. No serán los únicos en imponer esa estrategia ramplona. Es comprensible que a todo padre le alegre recibir de sus hijos de regalo un delantal que le nombre el mejor papá del mundo, lo siniestro es que se lo crea de verdad. Los estudios de Hollywood harían bien en preguntarse por qué unos premios que entrega la profesión, es decir, que se solidarizan con el esfuerzo industrial, la pelea por el entretenimiento popular y el aplauso a la obra exitosa, no eligen sus productos como premiables.

Quizá sea porque el recurso a las secuelas, la fórmula repetida, el vacuo ejercicio de fuegos artificiales y la incapacidad para la escritura narrativa garantiza las primas salariales de sus máximos ejecutivos, pero no la excelencia artística. O puede que la propaganda se haya convertido en una estrategia tan engrasada que el éxito sea ya más previsible que ejemplar. El gran cine norteamericano siempre tuvo como norma alcanzar la popularidad sin renunciar a la calidad. En un momento en el que los oportunistas y los zafios quieren pasar por listos estadistas, es conveniente recordar que el emperador está desnudo. Es más fácil engañar a la taquilla que a la profesión. Salvo que cambies las reglas del juego para colgarte la medalla.

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