La inquietante alza de los populistas
Antes de que sea demasiado tarde, partidos y gobiernos democráticos deben unirse contra estos populismos represivos
El populismo, de izquierda o de derecha, parece avanzar crecientemente, amenazando la democracia en diversos lugares del mundo. Muchos gobernantes acceden al poder por la vía electoral prometiendo luchar contra el crimen, la pobreza o la corrupción, para hacerse con el poder absoluto y gobernar de la misma manera corrupta que los regímenes desplazados. No ayuda cuando el presidente estadounidense alaba a muchos de estos gobernantes populistas y autoritarios, y en EE UU se ven señales preocupantes, como cuando Trump considera a la prensa “enemiga del pueblo” y critica a las democracias occidentales. El Index de Democracia del Economist Intelligence Unit registró 2017 como el peor año para la democracia global. Ello ha llevado a la ex secretaria de Estado de EE UU Madeleine Albright a escribir un libro titulado Fascism: A Warning, una advertencia sobre los tiempos que podrían venir, y algo semejantemente pesimista ha escrito David Runciman en How Democracy Ends (Cómo se acaba la democracia).
El pesimismo se justifica al presenciar lo que sucede en Polonia, donde el Gobierno ultraconservador de Ley y Justicia ha pasado a controlar los medios de comunicación, y puede controlar las empresas que cotizan en la Bolsa incluso si el Estado no tiene una participación mayoritaria en ellas. En Hungría, el primer ministro, Viktor Orbán, sigue similar ruta.
El gradualismo, disfrazado de legalidad, es el método que muchos autócratas usan para copar todas las instituciones, partiendo por cambios constitucionales para supuestamente enfrentar los males del país, transformándose en regímenes autoritarios o derechamente dictatoriales. Así ha sucedido en Venezuela, un caso dramático de derrumbe humanitario y atropello al Estado de derecho; pero también en Bolivia, donde Evo Morales fue derrotado en un referendo de 2016 que pretendía cambiar la Constitución para postular a un nuevo periodo presidencial desde 2006. Morales se las arregló en 2017 para que su Tribunal Constitucional le permitiera postular a un cuarto mandato. Entretanto, los periodistas independientes son perseguidos, y los políticos opositores con posibilidad de desafiarlo son llevados a la justicia por casos sacados de archivo. Eso pasaba en Nicaragua hasta que el pueblo nicaragüense se levantó protestando primero por una reforma previsional impuesta por Daniel Ortega, y luego se alzó para exigir democracia y respeto a los derechos humanos. La represión ha cobrado la vida de cientos de personas y miles de heridos, pero el régimen siente la presión de la comunidad internacional, de la Iglesia y de la sociedad civil.
La única opción es que los partidos y gobiernos democráticos se unan para parar estos populismos represivos de distinto signo, y se escuchen las demandas de la ciudadanía. Antes que sea demasiado tarde.
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