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CLAVES
Columna
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Razón de establo

Algunos están tan acostumbrados a vivir en el fango que llegan a convencerse de que pinchar teléfonos ilegalmente es parte normal del proceso político

Máriam M-Bascuñán
El comisario José Manuel Villarejo.
El comisario José Manuel Villarejo. Europa Press

Uno de los temas más apasionantes y complejos del pensamiento político es el de la razón de Estado, vinculada desde siempre a sus repugnantes cloacas. Estudiando sus difíciles contornos y sin mostrar un ápice de ingenuidad, Rafael del Águila se preguntaba: “¿Cuál es la consecuencia de admitir, con Maquiavelo, que los Estados no se pueden gobernar con el rosario en la mano?”. Y es que fue el florentino quien nos enseñó a pensar y juzgar las situaciones políticas con todos sus dilemas, mostrándonos que las decisiones políticas tienen costes, o que siempre van unidas a tensiones difíciles que no revelan ningún camino correcto, pues cualquiera que escojamos estará lleno de piedras.

Conviene no banalizar eso que pomposamente llamamos “el juicio político”, del que los clásicos nos advierten que consiste en valorar con prudencia las consecuencias de las decisiones que toman los hombres de gobierno. Lo que está en juego con ellas es la solidez de una forma de vida democrática. Por eso produce sonrojo contemplar estos días la facilidad con la que absorbemos el hedor que emana del caso Villarejo y la gravedad de su alcance. Que las acusaciones al Rey emérito deban dirimirse con todas las exigencias de justicia, lejos de debilitarnos, reforzaría nuestro orden político, ¿pero significa eso que todos los medios valen?

No se confundan. Esto no va en absoluto de la excepción que confirma la regla. No trata de un conjunto de periodistas, funcionarios y políticos que piensan que, a veces, en aras de un bien político superior, hay que pinchar teléfonos ilegalmente. Algunos están tan acostumbrados a vivir en el fango que llegan a convencerse de que algo así es parte normal del proceso político. El mensaje emitido por estos políticos y funcionarios cenicientos, con sus camarillas y circuitos de poder dentro del aparato del Estado y en connivencia con el detritus del periodismo basura es nítido: piensan que estos medios son legítimos. Pero estos casos, como nos dijo Arendt, van “más allá de la irrupción de la criminalidad en los procesos políticos; esto va de un tipo de política que es en sí misma criminal”. Por algo Gracián la llamaba “razón de establo”. No perdamos de vista este debate. @MariamMartinezB

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