Mujeres dispuestas a protegerse
La sentencia de ‘La Manada’ y el 8-M han impulsado las clases de defensa personal femenina
“La violencia contra las mujeres siempre ha existido, lo que ocurre es que este 8-M la ha puesto ante nuestros ojos”. Maite Castillo tiene 28 años y asiste a clases de defensa personal en el municipio madrileño de Rivas. Busca métodos para hacer frente a las agresiones machistas. Los datos le dan la razón: en 2017 los juzgados de violencia contra la mujer recibieron 166.260 denuncias, lo que supone un incremento del 16,3% con respecto a 2016, que registró 142.893, según los informes del Consejo General del Poder Judicial.
Para hacer frente a esta espiral de ataque intimidatorios, muchas mujeres han optado por aprender técnicas de autodefensa. En la escuela de artes marciales a la que asiste Castillo imparte clase David Sánchez que desde hace cinco años instruye a mujeres interesadas en la defensa personal. Inicia la sesión ante una decena de alumnas. Tras un breve calentamiento, estas se disponen en parejas de manera que una representa el papel de agresor mientras la otra aplica técnicas de autoprotección.
Es la séptima clase desde que en mayo decidió impartir un curso gratuito de autodefensa a mujeres movido por episodios como la polémica sentencia de La Manada, que condenó a un grupo de hombres a nueve años de prisión por un abuso sexual en los sanfermines de 2016. La víctima fue una chica de 18 años. En el un fallo judicial, muy controvertido, los jueces descartaron la agresión sexual al entender que la joven no opuso suficiente resistencia.
El curso al que asiste Castillo no es el primero que imparte Sánchez, pero sí el más exitoso. Desde que comenzó las sesiones el pasado mayo casi se ha duplicado el número de alumnas respecto a las que habitualmente solían asistir al centro: 67 mujeres han participado en las sesiones que ha impartido en las última semanas. Los ejercicios no son complicados. Les enseña sencillas técnicas para zafarse de los hipotéticos agresores y así facilitar la huida. Por ejemplo, una de las primeras lecciones consiste en aprovechar la inercia con la que llega el agresor para hacerse a un lado, empujar y producir en él un desequilibrio.
Las clases de Sánchez no son un caso aislado. Wamai, asociación deportiva internacional de artes marciales con más de 50 escuelas en toda España y un número de alumnos que oscila entre 12.000 y 13.000, cifra en un 20% el incremento, respecto al año pasado, del número de solicitudes para estos cursillos. "Siempre es positivo que las mujeres adquieran herramientas para defenderse en situaciones de agresión. No solo estamos a favor de estos cursos, sino que hay compañeros que incluso los imparten", comenta José María Fernández, policía nacional de 39 años perteneciente a la Unidad de Familia y Mujer (UFAM), especializada en violencia de género.
El repunte en las clases de autodefensa ha alcanzado picos en momentos concretos. Jesús Aparicio, profesor de la Academia Riojana de Autodefensa, ha impartido desde abril, cuando se conoció la sentencia de La Manada, el mismo número de cursillos para ellas que en todo 2017. Y en lo que va de julio, comenta Aparicio, todas las personas que se han acercado a la escuela para interesarse por las disciplinas que enseña han sido mujeres.
Madres e hijas
“Me gustaría saber defenderme. Por mí y por ella. Quiero que mi hija se sepa proteger”, comenta Mariola Miguel, de 45 años, que comparte con el resto de mujeres el motivo principal por el que acude a la clase de Sánchez. Su hija Julia, de 10 años, escucha atenta junto a ella. Miguel fue agredida sexualmente hace 13 años. Cuando salió la sentencia de La Manada, dice, algo se removió dentro de ella. Por eso acompaña su hija: “Hoy me sentiría más preparada si me volviese a ocurrir. Estas clases son un crecimiento personal impresionante”.
También Susana Leva, de 46 años, y Marisa Parrón, de 44, se han apuntado a un curso privado de autodefensa para ellas y sus hijas. “Queremos que estén alerta, que identifiquen el peligro y que no se bloqueen”, dice Leva, que asegura que su preocupación viene motivada precisamente por las noticias que aperecen en los medios sobre agresiones en el seno de la pareja, casos como la de La Manada y el asesinato de Diana Quer.
La actitud de madres como Leva y Parrón es una tendencia, como apunta Manuel Montero Kiesow, profesor de defensa personal femenina desde hace más de 25 años y presidente de la Organización Nacional de Defensa Personal para la Mujer: “Cada vez más madres se interesan por estos cursos y traen a sus hijas, lo que hace que empecemos a tener un público más adolescente”. El perfil de las solicitantes es también más heterogéneo: si en principio existía un predominio de mujeres procedentes de actividades de riesgo (policías y guardias de seguridad), el interés se ha extendido a otras profesiones. A ello ha contribuido, aclara, el hecho de que la defensa personal para mujeres vaya más allá del aprendizaje de técnicas físicas.
Más allá de los golpes
Durante uno de los ejercicios que componen la sesión, Sánchez enseña a sus alumnas a esquivar al agresor que intenta invadir su espacio. Sin embargo, sus indicaciones no se limitan a los movimientos: “No puede haber defensa real si no entendemos nuestras emociones. La primera defensa es tener una actitud firme que impida que el agresor se sitúe demasiado cerca”, explica.
Para profesores tan experimentados como Montero Kiesow, la autoprotección debe ser siempre “algo más integral”, tan amplio como lo pueden ser las distintas situaciones que puede vivir una mujer agredida. No obstante, algunos programas se vuelcan más en el en el factor físico. Es el caso del club de defensa personal femenina Nanashi-kai, que ejercita el aprendizaje con una serie de protocolos: uno para el momento de salir y de llegar a casa y otro para el manejo de cualquier objeto que sirva para la autoprotección.
Distinta es la visión de Asunción Paños, de 54 años, integrante del colectivo que da y recibe clases de autodefensa en el espacio La Mala Mujer, en el barrio madrileño de Lavapiés. Estas sesiones de autodefensa funcionan de un modo poco convencional. Están volcadas en el factor psicológico y la autoestima del grupo. Para dar protagonismo a todas, el papel de profesora va rotando y, antes del entrenamiento propiamente físico, se comentan las sensaciones y los sentimientos experimentados durante la semana. Paños subraya el éxito del método: “Al final del curso, todas hemos podido contar que hemos superado con éxito alguna situación de acoso”.
En la escuela El Hilo Rojo, Sánchez pone en práctica un método que guarda algunas similitudes con La Mala. Al acabar la sesión, con una música relajante, el profesor invita a las alumnas a caminar por el gimnasio para volver a un estado de tranquilidad. Mientras camina, Ana, de nueve años, no puede evitar seguir reproduciendo con las manos los últimos golpes aprendidos. Su madre, Marta Esteban, de 37 años, explica por qué la ha llevado consigo a clase: “Quiero envalentonarla”.
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