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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

‘Our Africa’: oda a la utopía soviética

El documental de Alexander Markov rescata imágenes que muestran la ayuda que la URSS prestó al continente durante la Guerra Fría

Desfile de civiles en África con banderas comunistas.
Desfile de civiles en África con banderas comunistas.

Juguemos al reverso de la historia. Década de 1960. La URSS inicia sus programas de ayuda humanitaria basados en la ideología marxista en varios países africanos que acaban de independizarse. Un contexto tapizado de gloria, banderas rojas y estrellas amarillas. Pero ahora vayamos al plano audiovisual. ¿Llegó esta imagen al continente africano? Parece que sí y así lo demuestra el documental Our Africa (2018), del director ruso Alexander Markov, un trabajo de arqueología histórica en el que vuelven a la vida las imágenes de los cineastas soviéticos que fueron contratados para documentar los lazos entre Rusia y África desde 1957 a 1992. Unos viajes cinematográficos que generaron una plétora de instantáneas que varias décadas más tarde continúan siendo un documento histórico que desconcierta, fascina y también revela.

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El film abre con una escena en blanco y negro en la que se aprecia cómo un escultor remata una estatua gigante de Lenin. Había llegado la hora de exportar. A continuación, se observa un noticiario de la época –de corte propagandístico– con el mapa de África dibujado, los nombres de los países en cirílico, y una voz en off que explica en ruso que “en la 15ª Asamblea General de Naciones Unidas, 16 países africanos entran por primera vez a formar parte de esta familia”. Unas imágenes de archivo que enseñan cómo una comitiva de representantes del continente africano entra en el auditorio ovacionada por una audiencia diplomática –y blanca– entregada.

Acto seguido aparece Nikita Khrushchev, líder de la Unión Soviética desde 1955 hasta 1964, sucesor de Joseph Stalin. Viste un traje de chaqueta oscuro y alterna dos movimientos: el del dedo índice que zigzaguea el viento de la sala subrayando la lucha contra el capitalismo y el del puño cerrado que irrumpe con golpes secos en el atril. Y este extracto: “No vivimos en la Tierra por la gracia de Dios o por la vuestra [el capitalismo] sino por la inteligencia del gran pueblo soviético y de todas las naciones que luchan por su independencia. No podéis ahogar la voz de un pueblo, la voz de una verdad que resuena y lo seguirá haciendo. La esclavitud colonial ha muerto y lo seguirá haciendo. ¡Abajo con ella!”.

"Para la URSS, la transición del zarismo al comunismo fue similar al cambio en África del colonialismo a la independencia", dice Woll

La algarabía de las imágenes de los años de las independencias africanas es contagiosa. Un anhelado sueño que es filmado por diferentes artistas y que, más allá del componente ideológico, aglutina elevadas dosis de puro cine. Se aprecian avenidas engalanadas en Senegal, Tanzania, Togo, Burkina Faso o Congo y multitudes de africanos que sostienen carteles de bienvenida a los dirigentes rusos que iniciaban giras diplomáticas por el continente, pero también a un ejército civil que bajo el paraguas de la cooperación cultural, técnica y científica fueron enviados a África en barco. Como subraya Josephine Woll, para la URSS la transición del zarismo al comunismo fue similar al cambio en África del colonialismo a la independencia.

Este es precisamente uno de los objetivos que ha querido visibilizar Markov según explica él mismo: “La película El acorazado Potemkin, de Sergei Eisenstein, puede ser considerada también propaganda. Pero al mismo tiempo es una gran obra de arte. Era muy importante para mi encontrar una justificación que me permitiera seleccionar secuencias de las películas soviéticas en mi trabajo. Y encontré que tenían una clara intención de emocionar y seducir. En cientos de películas podemos ver la vida tal como era, a bailarines… Pero también era muy importante mostrar este punto histórico entre la Unión Soviética, la Federación Rusa, los países africanos y sus gentes”.

Our Africa se presenta en varios fragmentos. Primero en qué consistió la ayuda rusa destacando un momento histórico: la construcción de la presa de Asuán en Egipto por Gamal Abdel Nasser, el presidente portavoz del socialismo árabe. En segundo lugar, las visitas de líderes africanos en Moscú como Haile Selasie (Etiopía), Thomas Sankara (Burkina Faso) o Patrice Lumumba (RDC) rindiendo pleitesía al ideólogo Lenin o visitando los adelantos espaciales en lo que se encontraban inmersos los soviéticos. También son mostradas algunas historias de vida de estudiantes africanos becados para cursar desde las carreras técnicas a las más artísticas.

De hecho, muchos de los pioneros en las cinematografías africanas se formaron en la URSS como Ousmane Sembène, Sarah Maldoror, Souleymane Cissé o Abderrahmane Sissako. Donde Francia evitó el desarrollo artístico de sus países colonizados mientras todavía tenía el poder, Moscú los abrazó. Ya fuera para la diplomacia, la defensa, como una forma de poder blando o como un medio de propaganda, está claro que el cine era una herramienta a través de la cual la Unión Soviética quería extenderse; y a través de las imágenes vio su propia expansión en África.

El cine era una herramienta a través de la cual la Unión Soviética quería extenderse

Sin embargo, la gran fortaleza de este documental es la de haber sabido cerrar el círculo histórico con sutileza. La estatua en construcción que se veía al inicio es despojada de su púlpito y arrinconada en el suelo para después comenzar con una sucesión de imágenes de los países satélites que formaban la URSS reclamando, también, su parte de la historia contemporánea: construcción de nuevos países independientes (Bulgaria, Hungría, Rumanía, Polonia), la figura de Boris Yeltsin, banderas, gritos, ilusión….

El documental cierra con un epitafio de Lenin que también es una declaración del director Markov: “Recuerda: la revolución socialista nunca será importada en Finlandia con las bayonetas de las tropas rusas. Si hay una revolución deberíamos ir y ayudar. Nosotros compartiremos hasta nuestro último trozo de pan. Les daremos todo lo que tenemos. Pero los trabajadores finlandeses deberán decidir por ellos mismos”.

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