El fútbol puede sacar lo mejor y peor de nosotros, así lo explicaba Pablo del Río, psicólogo del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, para BuenaVida: "Entre las emociones están la alegría, el entusiasmo, el placer o la pasión; en el plano negativo, la tristeza, el enfado, la frustración, la impotencia, la decepción o la irritación". Una mezcla de emociones que nos viene desde una edad muy temprana. Sobre todo, según un estudio de la Universidad de Ohio (EE. UU.), si los colores de una camiseta forman parte de la historia de nuestra familia: la edad de inicio en la lealtad por un equipo está en los cinco años, principalmente por influencia paterna, apuntan las conclusiones de la investigación.
Además, existe un componente geográfico que nos une al equipo."El deporte acentúa nuestras identificaciones simbólicas. La gente se moviliza mucho más cuando compite algún compatriota", confirma el sociólogo Javier Durán, profesor en la Facultad de Actividad Física y Deporte (INEF) de la Universidad Politécnica de Madrid. No solo nos sentimos identificados con los colores, también nos acerca más a las personas porque genera un sentimiento de permanencia a un grupo.
Pero seguir a un equipo en la liga o a una selección en el mundial puede ir mucho más allá de una cuestión de emociones o de sentimiento de pertenencia. Distintos estudios han demostrado que los partidos nos generan reacciones tanto psicológicas como físicas que, una vez más, pueden ir desde tener más sexo —si nuestro equipo gana— hasta comer unas 1.000 calorías más por cada partido, algo que nos ahorraremos si España quedase eliminada.