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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cataluña en Washington

Torra actúa más como un activista visceral que como un líder electo

La consejera de Cultura, Laura Borràs, y el presidente de la Generalitat, Quim Torra, en Washington el pasado jueves.
La consejera de Cultura, Laura Borràs, y el presidente de la Generalitat, Quim Torra, en Washington el pasado jueves. GENERALITAT DE CATALUNYA (Europa Press)

La actuación del president de la Generalitat, Quim Torra, en el acto preliminar del festival cultural organizado en Washington por el Smithsonian Institution, y dedicado este año a Cataluña y Armenia, ha conllevado la cancelación de los discursos oficiales durante la ceremonia de inauguración. Una presencia que, como la del máximo responsable de la Generalitat, debía dar realce a un acontecimiento en el que la cultura catalana era la protagonista ha servido, por el contrario, para ofrecer la imagen de una Cataluña obsesionada por la identidad nacional hasta el extremo de que sus dirigentes son incapaces de observar una mínima compostura y dignidad institucionales. No son solo los ciudadanos de Cataluña, independentistas o no, quienes seguramente sienten consternación ante el hecho de que el president se pusiera en situación de ser tratado como un alborotador por los servicios encargados de la seguridad del festival, impidiéndole regresar a la sala que había abandonado entre cánticos y gritos para, a continuación, sumarse a un puñado de manifestantes; también pueden sentirla, y sin duda la sienten, los ciudadanos comprometidos con las instituciones de la Constitución del 78 que, sin ser catalanes, conciben la Generalitat como parte fundamental del sistema político que garantiza las libertades de todos. Ni a unos ni a otros tenían Torra y su séquito el derecho de enfrentar a semejante bochorno.

Editoriales anteriores

En poco más de una semana, el mismo president que ha ofrecido un espectáculo impropio de la responsabilidad institucional que tiene encomendada, será recibido en La Moncloa por el nuevo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Aunque el origen de la cita es protocolario, el contexto la ha cargado de una relevante dimensión política, en la medida en que puede marcar un punto de inflexión en un contencioso que parecía condenado a enquistarse. A juzgar por la gesticulación realizada en Washington, el único que parece no haber tomado conciencia de ello es el president de la Generalitat. Desde luego, no contribuye a que la tome el hecho de que no se considere a sí mismo investido por el voto mayoritario del Parlament de Cataluña, sino por el secesionista y, además, requiera el visto bueno espiritual de un dirigente huido de la justicia al que reverencia como a un caudillo, hasta el punto de no ocupar siquiera el despacho que le corresponde. Además, Torra parece actuar desde el convencimiento de que la declaración unilateral de independencia colocó a la Cataluña de los secesionistas en una situación de empate con el Estado. Sería una interpretación piadosa si no fuera porque el supuesto empate es en realidad el rotundo fracaso de la vía unilateral con la que él amaga todavía, puesto que a la vista está que la Constitución sigue en vigor en Cataluña y que Cataluña no es independiente. Aunque eso sí, gracias al programa de la independencia que Torra no renuncia a imponer por vías de hecho a la mayoría de catalanes que lo rechaza es hoy una Cataluña más dividida, más crispada y más recelosa de su futuro.

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La actuación del president de la Generalitat dentro y fuera de España, más propia de un activista visceral que de un líder electo, deja poco margen para que la reunión que mantendrá dentro de dos semanas con el presidente del Gobierno pueda ser un éxito. Lo que Torra no parece haber advertido es que en este caso el fracaso está excluido, puesto que frente a una idea oscurantista de Cataluña como la que él ha escenificado en Washington, existe otra idea democrática y ciudadana que hoy por hoy es la mayoritaria y a la que, por tanto, nadie está obligado a renunciar.

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