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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El PP organiza su propia autopsia

La escasísima participación de unas primarias traumáticas deslegitima al futuro líder

La candidata a las primarias del Partido Popular María Dolores de Cospedal, con los miembros de nuevas generaciones del partido en Murcia.
La candidata a las primarias del Partido Popular María Dolores de Cospedal, con los miembros de nuevas generaciones del partido en Murcia.Marcial Guillén (EFE)

Ni popular ni partido, el PP ha emprendido un extraño camino de autodestrucción que lo expone como un fenómeno espectral al trauma de las primarias. El mejor ejemplo proviene de su fantasmagórica masa de afiliados. Tanto presumía María Dolores de Cospedal de la musculatura pepera -más de 800.000 militantes- que los datos de inscritos al proceso electoral delatan con bochorno la precariedad del apego al rumbo del partido.

El PP aparentaba un tamaño que no tenía, a semejanza de un juego de espejos y de un espectáculo de ilusionismo. Más que una militancia entusiasta e implicada, el PP tenía una red clientelar, hasta el extremo de que la cifra de inscritos a las primarias -66.000 personas- equivale casi al número de candidatos a los últimos comicios municipales (62.000).

Es el contexto en que el candidato García Hernández, alias Joserra, alertaba del peligro de hacer el ridículo. Y el ridículo sería proclamar timonel del PP a un líder escogido entre el 7,6% de los afiliados. Porque carecería de legitimidad. Y porque demostraría una apatía sintomática y precursora del batacazo en las próximas citas electorales. Si el porvenir del PP no interesa en absoluto a su propia grey, menos aún puede concernir o convocar a los votantes desprovistos de carné. Que fueron ocho millones en 2016 y que podrían reciclarse en otras opciones más entusiastas del centro derecha (Ciudadanos) y del centro izquierda (PSOE).

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Están siendo las primarias del PP un torpe y contraproducente ejercicio de cultura plebiscitaria. No hay democracia si no hay participación. Ni hay pluralidad cuando la proliferación de opciones no representa tanto una exhibición de fertilidad como una expresión de fragilidad. Seis candidatos débiles no constituyen un partido fuerte, menos aún cuando la epidemia de candidaturas ha sido la respuesta improvisada y precipitada a la espantada de Núñez Feijóo.

El presidente de la Xunta había sido ungido implícitamente como sucesor. Y parecía el depositario de un proceso incruento que aportaba la novedad de un líder extraño a Génova, provisto de rasgos progres y reconocible en la superstición de la victoria. Un delfín perfecto que hubiera proporcionado a Rajoy la oportunidad de marcharse en paz, si no fuera porque el exilio de Santa Pola se ha convertido en la alegoría de un partido abandonado y desnortado.

En ausencia del patriarca, la prole marianista ha sido incapaz de conciliarse. No ha sabido desenvolverse en la cultura de las primarias, como si fuera un hábitat hostil. Y ha prevalecido incluso la exposición de las peores reyertas. Ninguna tan explicita como la que Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal se han propuesto airear desde el antagonismo neutralizador y paralizante. Ni charrán ni gaviota. El logo del PP es la cabeza de la Medusa.

Y la campaña no ha movilizado. Ha desmovilizado. Peor aún, se ha convertido en una autopsia abierta al público como la Lección de anatomía de Rembrandt. Igual que los espectadores del cuadro, asistimos a la disección del cadáver. Y percibimos el hedor de un partido que ha conspirado contra sí mismo cuando tenía la oportunidad de reconstruirse.

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