El falso feminismo de Nicolás Maduro
Cientos de venezolanas que están cruzando las fronteras para dar a luz en medio de la peor crisis económica y sanitaria que vive el país
M. lleva casi ocho meses de embarazo y está organizando los últimos detalles del viaje de nueve días y medio en autobús que la llevará a Argentina desde Venezuela. A sus 28 años, esta profesora de inglés ha decidido que lo mejor para ella, su bebé y su esposo es salir del país. En Venezuela no podría pagar la atención de un parto en una clínica privada y sabe que en el sistema público no hay insumos ni medicinas, así que prefiere no acudir.
M. no tenía pensado marcharse. El año pasado las perspectivas eran otras: ella y su pareja podían trabajar remotamente desde Caracas y ganar en dólares, lo que les permitía cubrir sus necesidades. Pero la situación cambió. Cada vez hay más profesionales venezolanos dispuestos a trabajar remotamente por unos pocos dólares y M. y su pareja quedaron desplazados. Al conocer su embarazo en medio de esa situación, tomó la decisión de emigrar porque en Venezuela no podría garantizarse una atención médica adecuada, además de bienes básicos como ropa y pañales, entre muchos otros. Agobiada por la situación y con dinero prestado, se marcha sin nada para su bebé y sin unos exámenes de laboratorio que la doctora le pidió que se practicara. No los pudo pagar y en el sistema público no hay cómo hacerlos.
El caso de M. es el de cientos de venezolanas que están cruzando las fronteras para dar a luz en medio de la peor crisis económica y sanitaria que ha visto Venezuela. Amnistía Internacional ha documentado casos e historias de venezolanas que han salido hacia Colombia a fin de contar con lo necesario para un parto digno y seguro: solo en el Hospital Universitario Erasmo Meoz de la fronteriza ciudad de Cúcuta, la atención a embarazadas venezolanas creció un 316% entre 2016 y 2017, y los partos y cesáreas pasaron de 28 en enero de 2016 a 324 en diciembre 2017. Según cifras divulgadas por el Gobierno de Brasil, entre enero de 2017 y marzo de 2018 se registraron 804 partos de venezolanas en el estado de Roraima, lo cual representa un poco más del 10% de todos los nacimientos en esa entidad.
Nicolás Maduro habló recientemente sobre cómo su revolución se “volvió feminista” y decidió eliminar la violencia machista del sistema de salud e implementar el programa de parto humanizado respetando proyectos “y decisiones de alumbramiento y crianza” de las mujeres. El tamaño de esta cruel mentira es inmensurable. El parto humanizado y la violencia obstétrica son solo una parte de los factores que se conjugan en las cifras de mortalidad materna. Pero Nicolás Maduro les ha convertido en banderas detrás de las cuales se oculta la inacción de un régimen criminal e hipócrita, dejando de lado las gravísimas fallas del sistema de salud en Venezuela que van desde condiciones insalubres por falta de sencillos implementos de limpieza hasta la ausencia de medicamentos esenciales. Para la vasta mayoría de mujeres venezolanas dar a luz se ha transformado en un calvario. Numerosos reportajes, vídeos y fotografías de mujeres pariendo en condiciones indignantes que circulan en medios de comunicación y redes sociales son testimonio de ello.
El parto humanizado y la violencia obstétrica son solo una parte de los factores que se conjugan en las cifras de mortalidad materna
No solo los valores machistas que dice Maduro haber suprimido del sistema de salud persisten, sino que se ven agravados por una crisis sanitaria que atenta contra el derecho a la salud y el de las mujeres a no morir por causas relacionadas con el embarazo y el parto. Hace 20 años, la cifra de mortalidad materna era 51 por 100.000 nacidos vivos. Hoy se estima que puede estar entre 113,5 y 153,4, una de las más altas del continente. Solo entre 2015 y 2016 la mortalidad materna aumentó en más de un 65%.
Decir que la revolución es feminista o que está a favor de los derechos de las mujeres son eufemismos que ocultan lo que en realidad ocurre: la vulneración de los más básicos derechos por los que las feministas han luchado tales como acceso a trabajos dignos; acceso a servicios de salud; acceso a información, servicios e insumos que le permitan decidir sobre sus cuerpos; vivir una vida libre de violencia. En Venezuela, donde cuatro de cada 10 hogares son liderados por mujeres, son ellas quienes en mayor proporción llevan en sus hombros los embates de la crisis. Ya en 2013, según cifras del mismo Instituto Nacional de Estadísticas, por cada 100 hombres viviendo en pobreza, había 107 mujeres; y 112 por cada 100 varones en pobreza extrema.
Una de las mayores hipocresías de Nicolás Maduro al hacerse llamar feminista es permitir la existencia de una aguda escasez de métodos anticonceptivos (calculada en 90% en todo el país), así como la ausencia de información y servicios de salud sexual y reproductiva, que impiden a las mujeres ejercer su derecho a la autonomía reproductiva cuyo reconocimiento es, todavía hoy, uno de los logros más emblemáticos de las luchas feministas mundiales. Maduro obvia también que Venezuela exhibe la segunda tasa más alta de embarazo entre adolescentes de toda la región, comparable a la de países del África subsahariana. Todo esto ocurre en un contexto donde la maternidad es el único proyecto de vida validado por el régimen para las mujeres, lo cual desde luego no es casual. Como señala la socióloga Anais López Caldera: “La maternalización de la mujer por parte del Estado y por otras mujeres, operadoras de las políticas públicas, es la forma más eficaz de mantener inalteradas sus condiciones de sujeción, en la medida en que se manifiesta no tanto como coerción externa, sino como impulso innato en cada mujer, lo que le da al Estado la oportunidad de operar sobre ese sentimiento, sobre ese afecto de las madres, y explotarlo en favor de su proyecto.”
Entre 2015 y 2016, la mortalidad materna en Venezuela aumentó en más de un 65%
Así, el régimen ha incorporado masivamente mujeres, sobre todo mujeres pobres, como principales operadoras en los barrios populares donde funcionan sus estructuras de poder popular, convirtiéndolas en instrumento de implementación de su agenda ideológica y de dominación a cambio de las dádivas de un modelo clientelar y asistencialista del cual dependen para su subsistencia y la de sus familias.
La revolución feminista simplemente no existe, es una mera ilusión. Si Nicolás Maduro supiera lo que verdaderamente significa el feminismo, sabría que es lo opuesto a lo que él y su régimen opresor representan, porque el feminismo es igualdad y libertad para que las mujeres seamos lo que queramos ser sin más limitaciones que nuestras propias capacidades y talentos. Una idea enormemente subversiva para un régimen que solo admite pasividad y obsecuencia.
Luisa Kislinger es activista de derechos de las mujeres, exdiplomática, directora ejecutiva y fundadora de la ONG Mujeres en Línea. Es venezolana y vive en Caracas.
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