El dolor
Tanto el físico como el psíquico deben tener una profunda raíz común, puesto que los dos se curan con la morfina
Aun a riesgo de parecer el abuelo Cebolleta, te voy a contar en un párrafo un increíble caso de hace 12 años, el del niño faquir de Lahore, Pakistán, que caminaba sobre las brasas, se clavaba cuchillos en los brazos y murió a los 14 años al tirarse por un tejado sin temor a hacerse daño contra el suelo. Los médicos de Cambridge hallaron enseguida a otros seis familiares del niño faquir que tampoco sentían el dolor. Uno de ellos se había comido un tercio de la lengua al no ser capaz de percibir que eso dolía muchísimo, y los demás también se habían autolesionado por la misma razón. Las fracturas de huesos les tenían que ser diagnosticadas, porque ellos no veían nada grave en eso.
Estarás pensando que el niño faquir y su familia carecían del sentido del tacto, pero la cosa es más compleja e interesante que todo eso. Nuestra piel, y parte de nuestras vísceras, están plagadas por neuronas que sienten calor, frío, contacto, presión, dirección del aire circundante y varias cosas más. Nosotros llamamos tacto a la combinación cerebral de todas ellas, pero allí en los fogones, en los receptores de la epidermis, esas sensaciones no tienen mucho que ver.
El veneno de algunas arañas contiene media docena de compuestos químicos. Uno paraliza, otro mata células o necrosa tejidos, pero hay uno especializado estrictamente en causar dolor. La araña conoce, en el sentido evolutivo de conocer, que el dolor es el instrumento más efectivo para dejar indefensa a una presa. El que no solo le impide escapar, sino que ni siquiera le deja desearlo.
Estarás pensando que sí, que vale, que eso será verdad del dolor físico, que al fin y al cabo es una reacción mecánica al impacto o al corte, a la cizalladura o al golpe, pero que es solo una analogía lejana del dolor que verdaderamente nos preocupa, el sentimiento de pérdida, la nostalgia, la apatía o la soledad del alma. Lo más probable es que te equivoques de nuevo. El dolor físico y el psíquico deben de tener una profunda raíz común, puesto que los dos se curan con la morfina. De modo transitorio, por supuesto, y con unos efectos secundarios que no merece la pena explorar, desde luego, pero conformando un dato empírico tan duro que ignorarlo solo te puede ayudar a partirte las dos piernas.
Los científicos de las universidades Johns Hopkins y Nacional de Singapur ya están generando prótesis para amputados y discapacitados que son capaces de sentir el dolor (Science Robotics). Hay que darles la bienvenida. El dolor les hará libres.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.