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MIRADOR
Columna
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Distopía Trump

La Casa Blanca justifica actitudes fascistas con los inmigrantes por un problema de "lagunas jurídicas"

Niños inmigrantes, muchos de ellos separados de sus padres, en un recinto junto a la frontera mexicana en Tornillo, Texas.Vídeo: Mike Blake (Reuters)
Manuel Jabois

De la noticia de los niños separados de sus padres migrantes en la frontera de EE UU, niños de entre dos y seis años encerrados en una suerte de jaula y cuyos gritos y llantos ha revelado ProPublica, es importante comprobar la distancia entre quienes lo justifican y a quienes espanta, y cómo se pretende seguir resolviendo esa distancia mediante el eufemismo de las “diferencias políticas”. Los inmigrantes infestan las calles para Trump y los gitanos deben ser censados para Salvini: cada vez cuesta más distinguir si hablan de personas o de zombis. Es un discurso tan agresivo que, cuando se convierte en actos, se producen reacciones como las del policía que dice que esos llantos, los de unos críos que no tienen más de seis años, parecen una orquesta.

Después de que un periodista le preguntase a la portavoz de la Casa Blanca, Sarah Sanders, si no sientía empatía siendo ella también madre, Sanders respondió esgrimiendo “lagunas jurídicas” para achacar la responsabilidad a los demócratas: traslada de esta forma al lenguaje burocrático una aberración humana. Es pura banalidad del mal. De tal forma que si encontrase algún tipo de contradicción o “laguna jurídica” que permitiese tirotear migrantes y enterrarlos en el desierto, podría defenderlo exactamente con la misma asepsia. Ya la secretaria de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, dijo que el Gobierno no tenía que pedir disculpas porque “las acciones ilegales tienen consecuencias”, sin importar qué acciones ilegales son y a qué se deben, ni calibrar la dimensión de esas consecuencias.

Son actitudes y políticas que recuerdan al fascismo en su fase más trabajosa, la de convencerse de la supremacía de una clase de individuo y la adhesión a una causa despojándose de sentimientos hacia el otro, sacrificio necesario para un make America great again limpio de intoxicaciones. Mirando unos para otro lado, calculando otros los beneficios y unos más participando sin hacerse preguntas. Solo así se desmonta progresivamente la capacidad de sentir empatía por otro ser humano hasta entender, justificar y defender que unos niños, al llegar a un país extranjero, sean separados de sus padres y recluidos en jaulas o centros. Ni el testimonio sonoro de lo que eso significa, un material informativo compuesto únicamente por gritos y llantos como en una guerra o un centro de torturas, despierta remordimientos. Todo ello mediante la habitual acumulación de mentiras, como la que dice que la medida ya fue adoptada por Obama; no: pudo ser adoptada por Obama, pero no lo fue. Es más obvio el daño que hace el Gobierno de EE UU observando la reacción de quienes lo apoyan que la de sus víctimas; quizás se recuperen antes las segundas que los primeros.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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