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MIRADOR
Columna
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Reputación

Hoy todo se juega en esa otra liga, la del prestigio

David Trueba
Presentación de Julen Lopetegui como entrenador del Real Madrid.
Presentación de Julen Lopetegui como entrenador del Real Madrid. GTRES

La reputación es el gran valor de nuestro tiempo. La amenaza de verlo perjudicado incita a comportamientos que antes teníamos asociados a la salvaguarda a toda costa del poder o de la fortaleza económica. En las últimas semanas, España ha vivido una conmoción difícil de explicar. Se desencadenaban tantas noticias al día que se necesitaban tres cabezas para procesarlas. Solo si enfocamos hacia el repunte del valor de la reputación entenderemos mejor lo que sucede. El relevo inesperado del Gobierno se debió al descrédito de un partido mordido por varios frentes judiciales que desvelan su financiación delictiva y hundían su reputación. En la balanza opuesta, la acogida de los barcos solidarios cargados de inmigrantes recogidos en alta mar evidenciaba el deseo de recuperar el prestigio por parte del nuevo Ejecutivo español. Todo lo contrario que el nuevo Gobierno italiano, que rechazó el barco porque basa su reputación en el lema del Brexit, el trumpismo, Orban y demás gemelos: lo nuestro, lo primero.

La salida del elegante Zidane del Real Madrid dejó tocado el prestigio de una institución tan cotizada. Un año de poco compromiso en el día a día fue salvado por la categoría competitiva en puntuales grandes citas. Pero un entrenador inteligente detecta el aroma de final de ciclo, y él pasó varios meses con su cuello en la guillotina como para no saberse prescindible. La directiva del club necesitó de inmediato reforzar su prestigio institucional y contratar un entrenador en alza. La opción de traerse al preparador de La Roja a días del inicio del Mundial no era escollo frente a los intereses particulares. Anunciarlo antes de competir era fundamental, porque la cotización del entrenador podría disminuir en caso de realizar un mal papel en la Copa del Mundo. En efecto dominó, el presidente federativo prefirió el despido fulminante para armar su reputación naciente. Como pasa en el deporte, y se ha contagiado para mal al resto de ámbitos, todo prestigio dependerá finalmente de los resultados.

En la misma semana, un ministro de Cultura duraba días en el cargo por su reputación fiscal. Dimisión también acelerada obligada por el prestigio de un nuevo Gobierno. En los tiempos de Rajoy, los casos de corrupción y mala praxis se lidiaban con aguante y un impúdico acorazarse. No había ya prestigio que defender, solo posiciones de poder. Tras ver hundirse el barco de Rajoy, hasta Aznar, con una ristra inacabable de corruptos en su cartera de ministros e íntimos, corrió a ensalzar su propio prestigio personal. Hoy, todo se juega en esa otra liga, la del prestigio. Salvar la vida es salvar la reputación.

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