La tormenta
Cualquier político antes de emprender su vuelo público debería someter su pasado a un escáner absolutamente exhaustivo
Como una tormenta de primavera, que después de un furioso aguacero deja un agradable olor a tierra mojada, así ha llegado de forma inesperada el Partido Socialista al Gobierno. La política también se comporta a veces con la irracionalidad imprevisible de un fenómeno atmosférico. Bastó con que la carga negativa de la sentencia de la trama Gürtel se juntara con la carga positiva de la moción de censura para que se produjera la torrentera que se ha llevado por el desagüe al Gobierno del Partido Popular. Antes de que aparecieran los nubarrones y se oyeran los truenos, en medio del bochorno asfixiante de la corrupción, se había instalado un grado de una humedad propicia en la atmósfera para que en el Congreso los votos cayeran en forma de granizo. La tormenta fue pasajera; duró solo un par de sesiones; poco después el sol volvió a brillar y el Gobierno socialista fue recibido por gran parte de los ciudadanos con esa sensación placentera que se expande en el aire cuando la lluvia extrae de la hierba, de los pinos y de las jaras un aroma que se puede confundir muchas veces con la felicidad. No se necesitaba más. Bastaba con respirar profundamente a cielo abierto para llenar de optimismo los pulmones frente al previsible e inevitable desencanto. Si para abordar cualquier avión provinciano te obligan a quitarte los zapatos y el cinturón, a declarar líquidos y metales, a soportar con mansedumbre lanar que te cacheen y hurguen en tu equipaje, con más razón cualquier político antes de emprender su vuelo público debería someter su pasado a un escáner absolutamente exhaustivo. De momento, al no poder saltar el alto listón de ejemplaridad, un ministro socialista ha sido eliminado. El mecanismo de control, aunque tarde, ha funcionado. Otro fallo, otro error, otra caída y volverá la tierra mojada a llenarse de antiguos charcos con avispas.
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