Conversaciones en el vapor
El mundo ha cambiado un poquito después de la devastadora sentencia de Gürtel y de la boda de Meghan Markle mejor
La última vez que conversé con Eduardo Zaplana fue en el baño de vapor del gimnasio en Madrid donde ambos acudíamos. No es un sitio común. Zaplana entró, con la toalla sostenida por sus manos. Al verme no titubeó si entrar o salir, pero se anudó muy bien la toalla a su envidiable cintura. Me preguntó si me gustaba el vapor. Sin titubear respondí que sí, incluso en verano, porque lo consideraba bueno para la piel. Él continuó diciendo que también lo era para la cabeza y como sentí que nos distendíamos conseguí disimular un barrido, una mirada furtiva pero bastante investigadora, sobre su fibrosa figura, esa que sus elegantes trajes ya te hacían imaginar magra, cuidada, fit. A pesar del vapor, debió darse cuenta de que lo estaba analizando y me soltó la pregunta inesperada: “¿Qué tal Venezuela? ¿Se solucionará eso alguna vez?”. Desvié mi mirada y negué con la cabeza. Dijo que pensaba igual que yo y que lo lamentaba. Después de eso se levantó y salió hacia el vestuario. Su límite de convivencia en el vapor me pareció tan escaso como el vello en su cuerpo. Hay muchas cosas presuntas de Zaplana, desde hace años, pero el empleo de la depilación no es una de ellas. Cuando conté esta historia me preguntaron si alcancé a verle raya del bronceado pero solo recuerdo esa homogeneidad laqueada y casi futurista que deja el láser cuando arrasa con el vello natural.
Zaplana es un dandi natural y escurridizo que ha demostrado en toda su carrera política su afición, casi fe, por el estar bien vestido. Al compararlo con otras personalidades vinculadas a presuntas prácticas de corrupción, mantiene un estilo propio. El traje ceñido sin exageraciones, porque su estructura se lo permite. Como si conociese esa presunta frase de la duquesa de Windsor de que nunca se es suficientemente rico ni suficientemente delgado. Zaplana lo debió de leer en alguna revista de vanidades y se lanzó a hacerla realidad. Pese a acumular millones de euros, nunca engordó. Su apariencia siempre la misma: deseando parecer perfecta, sin arrugas. Incluso su famoso tono de piel, entre Meghan Markle y Valentino, se convirtió en un uniforme que, sin vellos, le permitió ir de la política a coquetear con la celebridad sin problema alguno. Ahora que hemos revisado imágenes suyas de los años noventa, entiendo que entre los valencianos, corruptos o no, hizo escuela. El estilo Zaplana, exterior elegante y planchadísimo, interior turbio y sin vello.
Hay cosas del Partido Popular que siempre perturban, como la política de mirar hacia otro lado cuando uno de los suyos cae. Pero con la sentencia del caso Gürtel, han caído muchos. Esta vez, el partido recurre a la tristeza y al desconocimiento, subrayando que su nueva gente no sabe quien es Bárcenas ni Zaplana. Hasta ahora, la corrupción no ha alterado mucho los triunfos electorales del partido. Pero puede que eso cambie, porque el mundo ha cambiado un poquito después de la devastadora sentencia de Gürtel y de la boda de Meghan Markle.
Desde que Meghan está en nuestras vidas, todo es mejor. Con la excepción del padre de Meghan que se puso a negociar exclusivas hasta que le dio un infarto. ¡Qué poco estilo! Eso no se hace, igual que llevarte millones de euros a paraísos fiscales como Luxemburgo. Pero esa ausencia paterna le dio a Meghan la oportunidad de llegar sola a su boda. Para mí es la demostración de su estilo: la novia intenta controlar desde el principio su matrimonio. Me emociono el Stand by me interpretado por el coro góspel en la ceremonia. Inglaterra nos ha demostrado que pese al Brexit es una de las naciones más creativas y pragmáticas de esta parte del mundo. Es posible que desde Josephine Bonaparte no hayamos tenido una figura femenina no blanca con tanta relevancia popular. Y al igual que la esposa de Bonaparte, lo ha hecho con el amor y con otro tono de piel.
Con niños los problemas crecen. Entiendo que Irene Montero y Pablo Iglesias no habrían tenido que ponerse morados dando explicaciones por su casa peronista si se hubiesen acomodado en un chulo y luminoso loft en Vallecas. Algo que contribuiría a hacer el barrio más hipster. Irene, mi amor, no veo la necesidad de irse a Galapagar, persiguiendo la anacrónica utopía de la ciudad jardín, cuando Meghan se va a un piso de la abuela de su marido. Y tan contenta.
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