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COLUMNA
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El petróleo no salvará a Maduro

Venezuela vive del crudo. Apenas produce un millón de barriles al día, cuando debería rondar los tres millones

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, celebra su resultado en las elecciones de este domingo.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, celebra su resultado en las elecciones de este domingo.JUAN BARRETO (AFP)

Ni las elecciones ni el petróleo salvarán a Maduro. Venezuela vive del crudo. En 2014 se derrumbaron los precios y la economía colapsó. Uno de los efectos, en parte inducido por EE UU, ha sido la hiperinflación. En 2017 se situó, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), en un 13.000%. La desbocada carestía ha desvalorizado los sueldos a niveles inimaginables, también el de los trabajadores especializados del petróleo. Su desbandada ha sido enorme. La pírrica victoria del domingo no detendrá esa fuga.

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Miles de técnicos se han empleado en otros países petroleros donde se aprecian sus conocimientos y reciben buenas pagas en dólares. Como consecuencia de esa estampía, la industria petrolera venezolana se ha sumido en una profunda crisis. Actualmente, apenas produce un millón de barriles de crudo al día, cuando en circunstancias normales debería rondar los tres millones. Eso quiere decir que, si los precios del crudo se recuperan y pasaran de nuevo el listón de los 100 dólares, los efectos positivos sobre Venezuela serían insuficientes para cubrir las necesidades.

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No es lo mismo vender cada día un millón de barriles a 100 dólares que vender tres millones. El agujero entre ambas situaciones es enorme. Por eso el petróleo, que está subiendo y ha llegado ya a los 80 dólares el barril, no va proporcionar los recursos que Maduro necesita para salvarse.

El maná petrolero facilitó las sucesivas victorias de Hugo Chávez, que alcanzó el poder en 1999, cuando el barril se cotizaba a 11 dólares; después galopó hasta sobrepasar los 100 dólares durante su Gobierno. Los cuantiosos ingresos subsidiaron programas sociales, casas baratas, atención sanitaria y alimentos para las clases populares, mayoría en el padrón electoral.

Esa mayoría votante reiteró su apoyo a Chávez, que aprovechó sus triunfos en las urnas para promover una institucionalidad revolucionaria y obediente. Fracasado el golpe petrolero de 2002 contra el ex teniente coronel de paracaidistas, su reacción fue despedir a 17.000 trabajadores de la estatal PVDSA. Parte de la nueva plantilla ha acabado haciendo las maletas.

Muerto el caudillo, le sucedió un subalterno sin carisma, ni talento, y ahora ni recursos para el ideologizado paternalismo de Estado. Venezuela parece encaminarse hacia el destino adivinado por el pensador Uslar Pietri, en 1936: mientras el crudo fluya sin esfuerzo, sin tener que sembrarse, seguirá siendo un país improductivo, ocioso, parasitario del corruptor petróleo, abocado a la catástrofe.

Independientemente de las denuncias de farsa electoral, y otras contra EE UU por manipulación del control de cambios, el origen de los males económicos es el desaforado gasto público del chavismo para consolidar un poder que se le escapa. El intervencionismo y los subsidios desnaturalizaron las relaciones económicas y Venezuela quintuplicó su deuda externa, contraída fundamentalmente con China y Rusia. Las transformaciones estructurales, siempre postergadas, exigen la reducción del paquidérmico sector público, y, fundamentalmente, un decreto ley que inocule entre los venezolanos la cultura del esfuerzo y la decencia.

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