Oculto bajo una iniciales y unas gafas para poder hacer arte sobre los olvidados
Se llama JR y trabaja para mostrar a los anónimos desplazados. Se oculta por seguridad, incluso cuando estrena un documental nominado al Oscar
Es un deseo inconsciente, una pulsión irrefrenable: todo el mundo quiere que JR se quite las gafas. “Lo haría encantado. Mi vida sería más agradable. Pero eso supondría que mi trabajo es legal en todo el mundo. Y, por desgracia, no es el caso”, explica el artista francés, protegido bajo ese eterno disfraz que completa con un sombrero negro y el seudónimo con el que se ha hecho conocido.
Esas lentes no son una cuestión de divismo, sino de supervivencia. “Nunca escogí el anonimato y la clandestinidad por gusto, sino porque es la única forma de hacer mi trabajo. Sin estas gafas, no podría cruzar ciertas fronteras con un visado de turista”, añade. Así lo hizo en septiembre pasado, según relata, para instalar un retrato de un bebé mexicano, Kikito, sobre la barrera metálica que designa la ubicación del muro prometido por Donald Trump.
JR lleva tres lustros dando guerra. Este artista de 35 años transformó una favela brasileña en un collage gigantesco formado por los ojos de sus habitantes. Cubrió la muralla de seguridad que divide Jerusalén de retratos de israelíes (en el flanco palestino) y de palestinos (en el israelí). En siete años, más de 300.000 personas han participado en su proyecto Inside out, que propone empapelar las fachadas de pueblos y ciudades con rostros anónimos.
“Nunca escogí el anonimato y la clandestinidad por gusto, sino porque es la única forma de hacer mi trabajo. Sin estas gafas, no podría cruzar ciertas fronteras con un visado de turista”
Tras muchos años reivindicando a los invisibles de todo el mundo, ha vuelto a buscarlos en su país, Francia. JR ha codirigido con su amiga Agnès Varda el documental Caras y lugares, un recorrido en camioneta por la Francia profunda que llegará a los cines españoles el 25 de mayo tras cosechar una nominación al Oscar.
Anteayer estuvo en Nueva York, donde vive desde comienzos de esta década, inaugurando su penúltima instalación en Ellis Island. Mañana partirá hacia el continente asiático, siguiendo adelante con el interminable periplo que inició en 2004, cuando saltó a la fama con sus fotografías de habitantes de la deprimida banlieue de París. Pero hoy se encuentra en Marsella inaugurando su última exposición, un mar artificial al que los visitantes lanzan barcos de papel impresos en un fotomatón digital y armados gracias a un curso acelerado de papiroflexia. El título, Amor fati (o “amor del destino”), respira una ironía algo trágica, teniendo en cuenta que esa charca desemboca en el Mediterráneo. “Que cada uno vea sus propios viajes”, dice su autor, dejando abierto su significado.
¿Qué travesías distingue él en su propia obra? JR duda unos segundos. “Veo mis viajes hacia los demás, pero también los de mis padres, que llegaron de África para que tuviera un futuro distinto al suyo”, termina por responder. Podría parecer una confesión banal si no fuera porque este hijo de inmigrantes tunecinos lleva media vida esforzándose en que nadie sepa nada sobre su biografía.
JR fue desde el comienzo encumbrado como un genio. Pero las críticas no tardaron en llegar. Su bienintencionada acción por los desfavorecidos no siempre fue comprendida. A JR le han llamado demagogo, superficial e ingenuo. “No me duelen esos ataques”, responde. “¿Qué es un artista sin la ingenuidad y el optimismo? Ya hay suficientes pesimistas en el mundo. Hoy ser original es ser naíf, es seguir creyendo. Si un día los artistas se olvidan de eso, el mundo estará perdido”.
Cuando empezó a pegar sus fotos en las tapias de su ciudad era considerado un vándalo. Hoy es una superestrella del arte, representado por la misma galería que Maurizio Cattelan o Takashi Murakami. Sus nuevos amigos se llaman Robert de Niro, Pharrell Williams y Madonna. ¿Le produjo la fama un problema de identidad? “No, porque trabajo con los mismos principios de siempre. No hay ninguna esquizofrenia”, asegura.
“Prescindo de marcas y patrocinadores. No quiero que nadie pueda poner su logo en mi trabajo, porque no se trabaja igual cuando te paga una marca. Si me sirvo del sistema del arte, con sus ferias y sus galerías, es solo para dar a conocer mejor mi trabajo”, termina por confesar. Su primera monografía, publicada por Phaidon, se titulaba ¿Puede el arte cambiar el mundo? No hace falta preguntarle si lo suscribe.
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