A las personas dignas en aquella noche
Euskadi no se parece en nada a lo que ETA soñó. Tras cinco décadas de sangre es el tiempo del relato y el momento de reivindicar la buena memoria para constituir una comunidad cívica sobre el legado de vacío dejado por todos los que fueron asesinados
“Pasarán años antes de que los libros de historia de los institutos enseñen los mismos hechos a todos los niños.Todo lo que importa ocurrirá despacio, en el corazón de los hombres”. Michael Ignatieff
Del 20 de octubre de 2011 al 4 de mayo de 2018; ese ha sido el tiempo que ETA ha utilizado para transitar desde su final a su desaparición completa.
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Así ha quedado cerrada la última página de su adiós en la crónica de su derrota. Es verdad que siempre han existido diversos enfoques sobre el origen, recorrido y significado de la violencia política en Euskadi. Toneladas de prensa escrita, historiografía y literatura así lo atestiguan. Es, por tanto, obvio que existen diferentes opiniones al respecto. Y así deber ser, una sociedad plural está en su derecho a tenerlas. Lo que es más difícil es tener diferentes hechos. Porque estos, en términos historiográficos, normalmente son menos discutibles.
ETA se constituyó en 1959 para desarrollar una dinámica asesina que terminó prolongándose durante más de cinco décadas. Intentó imponer al total de la sociedad vasca el criterio particular que tenía sobre lo que debía ser Euskadi. Y no lo consiguió. Hoy Euskadi no se parece en nada a lo que ETA soñó. No hay ni uno solo de sus objetivos históricos que haya sido implementado, ni una sola de sus tesis sobre lo que Euskadi debía ser que haya sido impuesta. No consiguió nada de lo que pretendió.
Por el contrario, los hechos son desgarradoramente claros en lo relativo al daño que causó. 855 personas asesinadas, decenas de miles afectadas directa o indirectamente por el terrorismo y varias generaciones de ciudadanos y ciudadanas marcadas para siempre por la persistencia de la violencia política en sus vidas.
Ninguno de los objetivos históricos y ninguna tesis sobre lo que debía ser el País Vasco se ha impuesto
Hechos, por tanto, que nos dan un significado; una tentativa totalitaria implementada a través de asesinatos selectivos, extorsión y violencia de persecución. Hechos que nos dan una cuenta de resultados; cinco décadas de sangre que no sirvieron para que los terroristas consiguieran nada. Y hechos que nos dan una conclusión: el final de ETA (20 de octubre de 2011) y su disolución (4 de mayo de 2018) es el reconocimiento de su incapacidad para continuar con su proyecto y alcanzar los objetivos para los que fue creada.
Estamos por tanto ante la crónica de una victoria de la democracia y de una derrota del terrorismo. El precio ha sido inmensamente alto pero la naturaleza de esa derrota es nítida; completa y total. Sin posibilidad práctica de vuelta atrás.
A partir de ahora, llega el tiempo del relato, en parte importante tarea del Gobierno vasco, de las instituciones, de los partidos políticos y de las organizaciones sociales. La obligación de todos ellos es que su labor en pro de la consciencia y de la memoria esté a la altura del inmenso desgarro que producen los irrefutables hechos históricos, en hacerse cargo de ese legado y en convertirlo en políticas públicas transversales y en políticas educativas que ejerzan como materiales de solidificación de la memoria. Euskadi es una sociedad plural que debe quedar constituida en una comunidad cívica, con consciencia de que su pluralidad de hoy parte de un legado de sangre de ayer, de un legado de ausencias y de vacío al que le debe un tributo de memoria y reconocimiento permanente. No hay ningún mecanismo mejor de protección ante el futuro. Y a ello están obligadas las instituciones y los poderes públicos en Euskadi; a la buena memoria.
La buena memoria es la que no distingue entre los nombres de las personas asesinadas, la que pone en valor los ejemplos de virtud cívica desplegados por personas anónimas y grupos pacifistas que plantaron cara al terror, calle a calle y plaza a plaza, en el lento y progresivo despertar de la sociedad vasca. La buena memoria es la que no diluye el papel desempeñado por los militantes de los partidos políticos que sufrieron directamente violencia de persecución y asesinatos selectivos, la de los concejales en los pueblos pequeños que durante años vivieron envueltos en una indescriptible atmósfera de pesadilla. La que no resta importancia al papel de los servicios de seguridad y escoltas que protegieron el día a día de vidas permanentemente amenazadas, jugándose ellos su propia vida. Es también la que no resta valor a los empresarios vascos que no claudicaron ante la extorsión de ETA, la que recuerda a los periodistas que llamaron a las cosas por su nombre cuando el precio del lenguaje podía ser el asesinato, los que informaron bien utilizando los sustantivos y los adjetivos adecuados. La buena memoria es también la de todas aquellas personas que sufrieron directa o indirectamente la violencia de ETA y nunca reclamaron venganza sino justicia y memoria. Es la que tiene en cuenta el papel jugado por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, la que comprende el enorme valor del último proceso de paz iniciado por Jesús Eguiguren y culminado por el Gobierno del presidente Zapatero.
Estamos ante la crónica de una victoria de la democracia y de una derrota del terrorismo
La buena memoria es también la que ejemplifica a quienes se rebelaron contra aquella Euskadi rota entre trincheras y reclamaron una forma de convivencia posible, la de quienes propusieron rebajar el inmenso peso que llegaron a tener en la política vasca algunos de los materiales ideológicos de ETA, —identidades nacionales puras, patrias y geografías sagradas— para defender una idea secularizada de sociedad vasca, de ciudadanos y ciudadanas, plural y libre, regida por valores cívicos y por principios humanistas.
Es esa forma de memoria la que debe ponerse al servicio del futuro. Una Euskadi que debe constituirse como comunidad cívica sobre el legado de vacío dejado por todas las personas asesinadas por ETA. No se construye nada sobre una bolsa de amnesia. Los mecanismos de protección de las próximas generaciones de vascos parten del esfuerzo que los actuales dirigentes institucionales estén dispuestos a hacer para crear una zona de seguridad ante el futuro construida sobre la buena memoria de todo lo vivido. Ojalá lo hagan y la sociedad vasca tenga suerte.
A las personas que se mantuvieron dignas, a las que plantaron cara, a las que fueron valientes y no se escondieron en aquella larga y oscura noche que duró varias décadas; a todas ellas, todo mi agradecimiento.
Eduardo Madina es director de KREAB Research Unit, unidad de análisis y estudios de KREAB en su división en España.
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