El mensaje vital de Macron
El presidente francés es un solista excepcional, pero lo que Europa necesita hoy es un coro
Cuando Emmanuel Macron fue elegido presidente de Francia el año pasado fue presentado como una suerte de salvador europeo, un joven valor que irrumpe en la escena política francesa justo a tiempo. Ahora, muchos se preguntan si la estrella de Macron no brilla demasiado —y, por tanto, está destinada a apagarse rápido—. Y aquí salta la alarma, este énfasis en el desempeño de Macron hasta el momento amenaza con eclipsar su mensaje crucial sobre el futuro de la democracia europea.
Otros artículos de la autora
Macron no ganó la presidencia francesa apropiándose de mensajes nacionalistas y populistas velados, como hizo Mark Rutte para llegar al poder en Holanda, sino defendiendo una plataforma proeuropea positiva y sólida. Con sus apelaciones ambiciosas a la unidad europea y su persistente respaldo de la democracia liberal, Macron infundió la esperanza de que la ola de populismo antieuropeo había alcanzado su punto más alto y que, con él, se dibujaba un horizonte de progreso.
Pero el año transcurrido arroja, en el mejor de los casos, resultados mixtos. Las elecciones federales de Alemania, en septiembre pasado, le ofrecen un mandato débil a la canciller Angela Merkel y confirman la consolidación de Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania) como fuerza emergente de extrema derecha. Y en febrero se produjo la vergonzosa renuncia del portavoz europeo Martin Schulz como líder de los socialdemócratas alemanes.
En las elecciones generales de Italia en marzo, el populista Movimiento Cinco Estrellas y el partido Liga, de extrema derecha, obtuvieron en conjunto más del 50% de los votos. En Hungría, el primer ministro Viktor Orbán, adalid de la democracia iliberal, se aseguró un tercer mandato con una amplia mayoría. La victoria de Macron no marcó tanto el comienzo de una nueva era de la política europea como el inicio de un capítulo más de la lucha en curso por el futuro de Europa.
El peligro es que al supeditar el mensaje de Macron a sus logros, se devalúen las ideas
Macron pronunció este mismo mensaje a comienzos de este mes cuando se dirigió al Parlamento Europeo en Estrasburgo, donde declaró que “la democracia europea es nuestra mejor opción” e instó a una “nueva soberanía europea” que proteja y apoye a los ciudadanos de la Unión Europea. Y abordó la cuestión de la complacencia: “No quiero pertenecer a una generación de sonámbulos que ha olvidado su propio pasado. Quiero pertenecer a una generación que ha decidido defender su democracia”.
Algunos sostienen que la creciente retórica proeuropea y la enorme personalidad internacional de Macron representan una estrategia para impulsar su popularidad en Francia. Seguramente, todo esto es así. Pero, ¿no es práctica habitual? Todos los políticos intentan apalancar su condición internacional para impulsar su posición en casa. Sea cual sea su motivación, el mensaje de Macron es sólido y necesario. Lo sorprendente es que ni los partidarios de Macron defienden los planteamientos macronianos y pierden fuerza en la multitud de los “sí, pero...”. “Sí, tiene razón sobre Europa”, dicen, “pero tiene que reformar primero la economía francesa” o “no puede tener éxito sin un respaldo alemán”.
Las críticas no son injustificadas. Para ser un motor de cambio en Europa, Francia debe llevar a cabo una profunda transformación estructural que, como demuestran las protestas estudiantiles en Sciences Po y las huelgas de trenes en toda Francia, será muy difícil. Y para reformar la UE, Macron necesitará el respaldo alemán, que no se aprecia, dado el aparente alejamiento de la coalición de Merkel de una integración europea más profunda.
El peligro, en definitiva, es que, al supeditar el mensaje de Macron a sus logros, se devalúen las ideas. Francia puede encontrar dificultades en las grandes reformas y Merkel puede arrastrar los pies en la reforma de la Unión Económica y Monetaria. Pero eso no cambia el hecho de que Europa debe evolucionar. Necesita nuevas ideas y un nuevo espíritu que la anime.
En su alocución de Estrasburgo, Macron planteó una agenda potente: la UE debe convencer a sus ciudadanos de que merece su apoyo, involucrándolos en un discurso que marque énfasis en el compromiso inquebrantable de la UE con la democracia liberal. Pero no puede hacerlo solo.
Macron está demostrando ser un solista excepcional, pero lo que Europa necesita hoy es un coro. Desafortunadamente, son pocas las voces que le acompañan.
Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores de España y exvicepresidenta sénior del Banco Mundial, es miembro del Consejo de Estado de España y profesora visitante de la Universidad de Georgetown.
© Project Syndicate, 2018.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.