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Columna
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Europeos en Washington

EE UU es todavía la única superpotencia, sin parangón económico, militar o tecnológico

Francisco G. Basterra
 Angela Merkel, junto a Donald Trump en marzo de 2017.
Angela Merkel, junto a Donald Trump en marzo de 2017.Jonathan Ernst (REUTERS)

La visita a Washington, la misma semana, de los dos líderes europeos más importantes, Macron y Merkel, tiene un claro significado para Europa y para la relación transatlántica. Nos va mucho en la relación con EE UU, a pesar de Trump. Los presidentes pasan y las naciones continúan. Cuando contemplamos desde esta orilla el caos provocado por el presidente más imprevisible de la América contemporánea, podemos sucumbir a la tentación de creer que no se nos ha perdido nada en el país de Trump. Es un error.

En mundo cada vez más peligroso, donde deslumbra el modelo iliberal autoritario de los dirigentes fuertes, Estados Unidos es necesario. No ya una nación indispensable, pero tampoco prescindible. A pesar de que vivimos una transición hacia un mundo con varios polos, EE UU es todavía la única superpotencia, sin parangón militar, económico, tecnológico o científico.

El osado presidente de Francia se dio cuenta de la oportunidad que le ofrecía la llegada de Trump para consolidar su liderazgo europeo e incrementar peso geopolítico recuperando la grandeur. Se ha calzado los zapatos de De Gaulle. Entendió que ganarse al espasmódico Trump sería un buen negocio. Con inteligencia, ha conseguido la primera visita de Estado a Washington confirmando que es el primer interlocutor europeo de Estados Unidos, sustituyendo a Merkel.

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La canciller, a la que Trump detesta, giró ayer una visita de trabajo a Washington. Con Alemania encogida internacionalmente, el suyo ya no es el único teléfono para conectar con Europa. Trump ni siquiera tiene aun embajador en Berlín.

Como Trump, Macron es un intruso, no le deben nada a lo establecido. Diezmó a los partidos clásicos, desideologizando el combate político. Y el presidente americano ha abducido al Partido Republicano sacándolo de su centralidad conservadora. Dos revolucionarios a su manera. El problema para el presidente que susurra a Trump, es la dificultad de compaginar el papel de ser su antítesis y a la vez su principal aliado, escribe Der Spiegel.

Para Macron, EE UU es “el jugador de última instancia para la paz”. El paraguas de seguridad de EE UU todavía está abierto, aunque a un coste que Trump considera excesivo. Como explicarse, si no fuera así, la implicación de Washington a 14.000 kilómetros de sus costas en el intento de desnuclearización de Corea del Norte, o los 28.000 soldados estadounidenses en Corea del Sur.

Macron, tras bailar el rigodón con Trump, propinó una enmienda a la totalidad de sus políticas en su atrevido discurso ante el Congreso, condenando el aislamiento, el nacionalismo y la ceguera sobre el cambio climático. Trató de disuadir al presidente de tirar por la borda el acuerdo nuclear con Irán, proponiendo ampliarlo a los misiles balísticos de Teherán, y sobre todo a la contención de la alarmante presencia iraní en Siria, Irak, Líbano y Yemen. Macron regresa a París pensando que no lo ha logrado y que Trump es prisionero de sus compromisos domésticos. Mal prólogo para que Kim se fíe de Trump y acuerden la desnuclearización de la península coreana. Macron y Merkel aciertan intentando atemperar a Trump.

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