La izquierda dividida
No es sólo que esté partida en dos, tres bloques, sino que estos se resquebrajan a su vez en una fragmentación caleidoscópica
De pequeño me obsesionaba la idea de infinito. Pero lo hacía de una forma particular. Cuando pensaba en el infinito no me imaginaba una serie de números ilimitados ni un espacio inabarcable. Eso me resultaba imposible. Más bien cogía un objeto cotidiano, pequeño, por ejemplo una manzana, y me imaginaba qué significaría cortarla en trocitos cada vez más y más pequeños: una mitad, y esa mitad por su mitad, y así sucesivamente hasta hacerla casi desaparecer; pero claro: sólo casi. Una división eterna.
Nunca pensé que, de mayor, la izquierda española me daría un ejemplo perfecto de ese tipo de infinito: no es sólo que esté partida en dos, tres bloques, sino que estos se resquebrajan a su vez en una fragmentación caleidoscópica.
Tenemos, primero, a la izquierda que se ve a sí misma como más pura, representada electoralmente por Podemos y alianzas locales. Esta semana hemos presenciado cómo la oposición de frentistas y posibilistas se ha traducido una vez más en amargas peleas internas con nombres y apellidos.
El entorno socialista sostiene una guerra fría envuelta en aparente calma gracias a un rechazo común tanto a Podemos como a Ciudadanos. Pero es desigual: quienes más empeño ponen en criticar a unos sugieren a su vez la inevitabilidad de acercarse a los otros.
Ambos bloques están a su vez atravesados por la cuestión territorial, que es sólo parcialmente paralela a la ideológica. De hecho, incluso entre quienes desearían una mayor descentralización se empiezan a notar ciertas brechas basadas en la cuestión política más antigua de todas: la de quién ostenta la soberanía.
Frentistas, posibilistas, socialistas clásicos, socioliberales, progresistas, soberanistas, federalistas, autonomistas. Son las piezas de una manzana que no sabemos hasta qué punto se seguirá partiendo a sí misma. Nada nuevo, es cierto: la división interna de la izquierda se ha convertido en un adagio, en un motivo repetido en cada momento de fortaleza histórica y electoral de la derecha. No es de extrañar, pues sirve de excusa a quienes están más cómodos viviendo contra algo o alguien que luchando por reemplazarlo. @jorgegalindo
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