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Tribuna
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Cuba: la revolución congelada

Poco significa la farsa electoral mientras Raúl Castro conserva partido y ejército

Antonio Elorza
Raúl Castro junto a su vicepresidente Miguel Díaz-Canel durante la sesión de la Asamblea en La Habana el pasado miércoles.
Raúl Castro junto a su vicepresidente Miguel Díaz-Canel durante la sesión de la Asamblea en La Habana el pasado miércoles. STR (AFP)

Cuba, 1968. En Memorias del subdesarrollo, Tomás Gutiérrez Alea dibuja un cuadro ácido de la Cuba revolucionaria. El protagonista parece una ilustración de La chinche de Maiakovski, emblema de la agonía inexorable del mundo burgués. Pero no se limita a reflejar la propia crisis y la de su medio, sino que presenta una sociedad carente de vida propia, de sentido de la comunicación y por tanto dispuesta a aceptar que “alguien piense por ella”. Nada que ver con la imagen utópica de la Revolución.

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Dos fogonazos apuntan al futuro. Uno es el lúcido pronóstico del amigo a punto de emigrar, quien compara la perspectiva de una Cuba socialista con el antecedente de Haití, donde ya una revolución acabó en la miseria. Otro es la reflexión en off sobre las imágenes de escaparates vacíos: La Habana fue el París del Caribe; ahora es la Tegucigalpa del Caribe. Cuando Titón presenta Memorias, Fidel apoya la invasión soviética de Checoslovaquia, impone una socialización general del comercio y la censura a Padilla anuncia la represión de la cultura. Su cine se aleja de la realidad cubana hasta 1993, con Fresa y chocolate.

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Hacia 1980 abundaban en Moscú chistes sobre la previsible desaparición de Brézhnev. En uno, su secretario le despierta jubiloso: el comunismo toma el poder en Brasil. “¡Otra Cuba, no!”, exclama Brézhnev y muere. El profesor Mesa Lago demuestra que Cuba se mantuvo hasta 1989, gracias a la enorme ayuda soviética, 65.000 millones de dólares en treinta años; faltando esta el PIB cayó un 50%. A partir de ese momento, la deriva haitiana resultó inevitable, hasta que Chávez volvió a distribuir el maná en forma de petróleo: “Lo vendo a Cuba a precio bajo, y si no pueden pagar, que no paguen”, me explicó el líder venezolano durante su visita a Madrid. En términos económicos, la cubana era una revolución subvencionada, por sí misma inviable en el marco del igualitarismo burocrático.

Como en la gran hacienda del padre gallego en Oriente, una gestión ejercida con mano de hierro se limitaba a asegurar la simple supervivencia de la población, reducida a mano de obra pésimamente pagada. Con una mentalidad propia de sus orígenes campesinos, Fidel odiaba el capitalismo, especialmente el comercio, y la noción misma de bienestar. Por eso, tras cada fase de reformas ineludibles, impuso una rectificación antieconómica, “revolucionaria”, desastrosa al faltar la ayuda exterior. El “eterno Baraguá” daba mal de comer. Así, una de las tres economías más ricas de Latinoamérica en 1960 se hundió en el subdesarrollo, por positivas que fueran sus políticas educativa y social.

Castro es ante todo un comunista dispuesto a encarcelar y reprimir cuanto sea necesario

La protesta popular del maleconazo en 1994 y la tragedia de los balseros evidenciaron el callejón sin salida voluntarista. Se atribuye a Raúl la recuperación del principio de realidad, con apertura al capital exterior, la rendija hacia las actividades privadas y la dolarización. Así que una vez alcanzada la sucesión, su pragmatismo pareció augurar la adhesión a una vía vietnamita, pero Raúl es ante todo un comunista dispuesto a encarcelar y reprimir cuanto sea necesario. El mantenimiento del poder deviene prioridad absoluta. Por eso en los años noventa fue edificada una auténtica muralla frente a cualquier racionalización. En 1989, con la ejecución/asesinato del general Arnaldo Ochoa, había sido conjurado el peligro de una alternativa de los héroes africanos. Como compensación, en la siguiente década, los militares obtendrán el control económico, convirtiéndose en los principales beneficiarios del régimen y en sus más interesados defensores. Y ahí están hoy. Versión cubana muy eficaz de “la nueva clase”.

El olvido creciente de Cuba en la esfera internacional reforzará la estabilidad. Razonablemente, Obama aminoró el embargo. El embajador de España elogia a Fidel y a la Revolución: hoteles mandan. En uno de sus ejercicios de estrabismo político, el papa Francisco se deja engatusar por Raúl, olvida a los sufridos demócratas y cambia el texto de una homilía en La Habana para ensalzar “la pobreza” frente a “la mundanidad”. Los proyectos de dinamización económica generan un impulso lastrado por la resistencia burocrática. Y en el plano político la mínima tolerancia en la comunicación no altera la condición de una sociedad de vigilantes, sin espacio siquiera para las Damas de Blanco. Poco significa por ahora la farsa electoral del 19 de abril, mediante la cual Díaz-Canel ocupa formalmente el vértice político, mientras Raúl conserva partido y ejército. El pueblo cubano sigue obligado a que sus redentores piensen por él.

Antonio Elorza es profesor de Ciencia Política.

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