Universidad
Si existen dos sectores públicos codiciados con ansiedad por los tiburones del capital privado son, en primer lugar, la Sanidad y en segundo lugar, muy cerca, la Educación


Hace demasiado tiempo que escuchamos la misma canción. Manzanas podridas, algún buen chico que ha salido rana, un caso excepcional, presuntos delincuentes que no pueden comprometer la buena fama de las instituciones, militantes sinvergüenzas que no pueden extender la sospecha a las siglas de los partidos, empresarios que se equivocan de buena fe, cargos públicos que son inocentes hasta que se demuestre lo contrario… En la era de la corrupción prosperan los mejores sentimientos, que cada cual aplica en exclusiva, eso sí, a sus propios compañeros. Cuanto más enterrados en el fango están, más calurosas son las ovaciones que reciben, más ditirámbicos los elogios a las instituciones que representan. La única excepción hasta ahora había sido la Sanidad pública que, pese al altísimo concepto que de ella tiene la mayor parte de la ciudadanía, recibe ataques sin cesar, campañas orquestadas contra la honradez del personal, contra la eficacia de los hospitales, contra las listas de espera, etcétera. Ahora parece que les ha tocado el turno a las universidades públicas, las que tienen los mejores profesores, las que otorgan los títulos más prestigiosos, las que reciben a los mejores alumnos, porque a las privadas, conviene recordarlo, solo van los estudiantes cuyas calificaciones no les permiten entrar en la pública. Si existe alguna institución que, a la luz de su trayectoria, merece la parábola de la manzana podrida, es precisamente la Universidad española. Pero nada sucede por casualidad. Porque si existen dos sectores públicos codiciados con ansiedad por los tiburones del capital privado son, en primer lugar, la Sanidad, y en segundo lugar, muy cerca, la Educación. Saquen ustedes sus propias conclusiones.
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