Lo valioso, lo impresionante
A veces los asuntos de la corrupción no se explican por la cantidad de dinero defraudado sino por el número de gente que se siente directamente afectada
Hace un año, durante una entrevista, le pregunté a David Trueba por sus padres. “Eran de esa generación”, dijo, “que no tenía cultura pero que la cultura para ellos era lo más, no el dinero: el dinero era despreciable. Lo valioso, lo impresionante, era la gente culta: el profesor, el doctor, el tipo que había leído y sabía hablar”.
Recordé entonces la impresión que a mi abuelo le causaba su médico: una fascinación que no tenía que ver con la superior clase social o el dinero del doctor, sino con su conocimiento. Uno de mis cometidos adolescentes era ir, después de una consulta, a casa del doctor con una cesta llena de vino y de marisco; algunos días coincidí en el ascensor con un político cuyo padre vivía en el mismo edificio, Mariano Rajoy. Aquel médico gracias al cual mi abuelo vivió tanto tiempo es el urólogo Manuel López Lobato.
En mi familia, la primera persona en tener estudios superiores se retrasó una generación; iba a ser mi madre —que se quedó embarazada a los 18 años sin esperarlo y dejó todo para casarse a toda prisa— y acabó siendo mi hermana pequeña. En cuanto a mi obsesión por la carrera de periodismo, se frustró porque no tenía nota para entrar en la universidad pública ni mi familia dinero para mandarme a la privada. No me quejo porque no tengo motivos; mi madre siempre los tuvo pero nunca lo hizo.
A veces los asuntos de la corrupción no se explican por la cantidad de dinero defraudado sino por el número de gente que se siente directamente afectada y puede explicar su caso. Cuando detienen a un concejal de Urbanismo no salen miles de personas a decir que a ellos las recalificaciones se las hacían ajustándose escrupulosamente a la ley y que jamás sobornaron a nadie; cuando Cifuentes miente sobre su máster o a Casado le convalidan 18 asignaturas para obtener uno sin ir a clase ni hacer exámenes, todas las familias tienen algo que decir al respecto, cada una de ellas sabe a cuánto está renunciando para llegar a fin de mes y cada alumno sabe cuánto esfuerzo y tiempo le está costando.
Granados o González, por no salir de la hermosa biosfera madrileña, no destruyen nada que no estuviese roto: la confianza en la clase política y el trastornado conchabeo de esta con la empresarial. Lo que se pone ahora bajo sospecha es la creencia de que la educación pública sitúa, siquiera de forma simbólica, a todos en la misma calle. Que eso no ocurra ni haya ocurrido nunca no es tan grave como que se intente presentar, entre ovaciones, un máster falso como una falta menor. Se empieza quitándole importancia a la educación y se acaba siendo un maleducado.
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