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Tribuna
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Un nuevo proyecto global para progresar

Hoy más que nunca hay que levantar la bandera contra la seducción de la furia

Usuarios de dispositivos móviles ante el logo de Google.
Usuarios de dispositivos móviles ante el logo de Google.DADO RUVIC (REUTERS)

El ser humano es demasiado previsible, pensaría el replicante Roy Batty, de la serie Nexus6 en Blade Runner. Hace décadas que asistimos al deseo de construir realidades paralelas generando modas demoscópicas para diseñar así el futuro y cambiar la realidad.

Transformar la democracia en sondeocracia, un nuevo modelo construido a golpe de encuesta donde los ciudadanos desinformados se suman automáticamente a la moda por temor a no formar parte de la mayoría o simplemente, quienes no acaban de compartirla, se esconden rendidos y abatidos en la espiral del silencio.

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Facebook, Twitter o Google, así como las compañías de su propiedad WhatsApp o YouTube, han dejado en evidencia que la concentración de grandes plataformas tecnológicas no solo ha buscado nuevas oportunidades de negocio. Dichos espacios tienen su origen en las necesidades humanas, como jerarquizaría Maslow, y su fin último en la capacidad de gestión de millones de datos para llegar a intuir cual será nuestro próximo pensamiento, nuestra siguiente necesidad. Lejos y anticuada parece haber quedado ya la fuerza de la moda demoscópica.

Influir en la mente de las personas, conociendo las tendencias de sus entornos, de sus conversaciones, de sus emociones, de sus mensajes, de sus movimientos geolocalizados, expresados a través de la máquina que llevamos en el bolsillo con o sin su consentimiento. Saber cuál es nuestra personalidad y la de nuestros amigos, qué razones nos hacen reír o llorar, compartir u ocultar, es un buen sistema no solo para investigar, sino para conocer con certeza objetiva las tendencias, ya sean comerciales, culturales o incluso políticas, de millones de usuarios en el mundo.

Augusto Compte, precursor del positivismo y reconocido como el padre de la física social o sociología, jamás llegó a soñar con la capacidad del ser humano para construir redes de millones de máquinas capaces de compartir pentabytes de datos en tiempo real. Un sistema avanzado de inteligencia artificial con datos e información, compartida voluntariamente por millones de personas en todo el planeta.

Millones de personas comparten su software sin control, movidos por mostrar al mundo sus dramas, emociones, alegrías o penas

Las grandes compañías californianas constructoras de las grandes redes sociales no están al este del meridiano de Greenwich, pero han entendido que una vez superado el umbral máximo de su valor mercantil, nada existe como aspirar a definir globalmente el futuro.

Millones de personas comparten su software sin control, tan solo movidos por mostrar al mundo sus dramas, sus emociones, sus alegrías o sus penas en la búsqueda de una respuesta instantánea, un fugaz feedback emocional reducido a recibir un “like” con la tecla izquierda de un ratón por cualquier otro usuario de la red.

Cuando en el año 2010 Facebook anunció Platform, permitió a los desarrolladores conectar sus aplicaciones a la red social y todo cambio, empresas como Cambridge Analytica hicieron grandes negocios vendiendo datos de hasta 240 millones de usuarios, hasta que en 2014 se decidió cerrar la función de friends permissions, quizás demasiado tarde.

Hoy Compte aspiraría a ser ingeniero, programar y analizar métricas en la red, soñaría con ser capaz de utilizar y controlar los perfiles psicográficos, los algoritmos de Cambridge Analytica.

En los tiempos de la gestión del jotabyte, todo evoluciona demasiado deprisa. Necesitamos desconectar, quedarnos offline para repensar, sentir onlife para explicar a la mayoría que no es posible dejarse seducir por el cibermensaje tendente desde el anonimato o la falsedad, al odio, a la confrontación, a la diferencia, como si la diferencia entre la nada y la nada de nada, fuera el tránsito hacia algún lugar mejor.

Corren tiempos fáciles para el populismo y  difíciles para el acuerdo, la razón y la justicia

Vivimos tiempos de mentiras, de manipulación, donde la verdad hay que buscarla en una ingente cantidad de información que acabamos resumiéndola en ciento cuarenta caracteres o simplemente en el titular de un enlace, sin tan siquiera llegar a pulsar para leer su contenido.

Corren tiempos fáciles para el populismo, la demagogia, la sinrazón, las brechas diferenciales, las fronteras, los muros o simplemente el odio. Son tiempos difíciles para el acuerdo, la razón, la justicia, la igualdad, la solidaridad o el afecto. Son tiempos de autoridad, de imposición, de hooligans, de club de fans, de exclusión y atrás quedaron los lugares comunes del consenso, de la cesión, del entendimiento, de los debates de las ideas, del trabajo en equipo, de la búsqueda de la razón y la verdad pensando en el interés general y colectivo.

Entender las motivaciones que llevan a las personas del pasar a la pasión. Descubrir que las emociones están lejos de viejos relatos guionizados y teatralizados. Hoy la fuerza de la razón hay que demostrarla en tan solo un nanosegundo, y lo que es más difícil, mantenerla en un tiempo donde la reputación puede quebrar con tan solo un mal gesto.

Hoy más que nunca hay que levantar la bandera contra la seducción de la furia y explicar que la realidad de cualquier ser humano es bien distinta, incluso diferente de la que sueñan simular en sus perfiles en las redes sociales, en ese mundo falso, irreal, lejano, manipulable, desideologizado, un mundo virtual y controlado por métricas perversas.

Conocer y operar sobre la realidad para transformarla es el único camino en Europa y en mundo para un nuevo impulso político que ejerza influya y equilibre socialmente, un nuevo proyecto imprescindible para la gobernanza de nuestros continentes, para la sostenibilidad del planeta, un nuevo motor político de progreso que será global o no será.

Roy Batty al final de la película relató como en su vida “todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”, mientras una paloma blanca emprendía el vuelo hacia el cielo. Roy era un Nexus 6, un replicante que caducaba a los cuatro años, carecía de recuerdos y de experiencia.

Es el momento de pensar en global, de pensar en las próximas generaciones, en la evolución de sus vidas, en la evolución de nuestros continentes, en definitiva, en hacer política con mayúsculas, poniendo las luces largas. Quien sea capaz de mirar tan lejos trabajando día a día por ello, será una referencia indiscutible para millones de personas en España, en Europa y en el mundo.

José Cepeda es senador y representante de España en el Consejo de Europa.

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