Mortíferas vulcanólogas
En la primavera de 1902, una plaga de serpientes venenosas presagió la terrible erupción del volcán Mont-Pelée, en la isla francesa de Martinica, donde murieron más de 30.000 personas
“Acababa de pronunciar la frase cuando oí un grito espantoso y luego un débil gemido, como un último aliento ahogado. Después, el silencio”. Eran las ocho de la mañana del jueves 8 de mayo de 1902. Un hombre de negocios hablaba por teléfono con un amigo en Saint Pierre, en la isla caribeña de Martinica (Francia), cuando una ardiente nube piroclástica de más de diez kilómetros de altura y temperaturas de hasta mil grados centígrados descendió por las laderas del Mont-Pelée, asolando completamente la ciudad. El flujo piroclástico avanzó por la superficie del mar alcanzando a varios buques anclados en el puerto, entre ellos al SS Roraima, cuya carga de nitrato de potasio explotó matando a todos sus tripulantes. Más de veintisiete mil personas murieron abrasadas ese día. Louis-Auguste Cyparis, de veinticinco años, preso entre los gruesos muros de la cárcel, fue uno de los pocos supervivientes: rescatado entre los escombros tres días más tarde, hizo carrera en el circo teatralizando su experiencia.
Muchas de las víctimas del volcán podrían haberse salvado de haber hecho caso a los signos que, cuatro días antes de la erupción, anunciaron la catástrofe: el domingo 4 de mayo, miles de serpientes venenosas y ciempiés gigantes huyeron de los bosques en la falda del volcán hacia la capital de la isla, mordiendo y picando a todo aquel que se cruzaba en su camino. Murieron cincuenta personas y un número indeterminado de caballos.
Las serpientes vulcanólogas de la Martinica pertenecen a la especie fer-de-lance o cabeza de lanza (Bothrops lanceolatus), una variedad de víbora de fosetas endémica de esta isla de las Antillas. Las víboras de fosetas (cascabeles, mocasines y afines) tienen un órgano sensible a los infrarrojos a cado lado de la cabeza que les permite detectar pequeños cambios de la temperatura y localizar a sus presas de sangre caliente. Quizás mediante este sistema pudieron predecir la terrible erupción. El aparato venenoso de los vipéridos (víboras, cascabeles y mocasines) es el más evolucionado entre los ofidios, con colmillos retráctiles que se abren como la hoja de una navaja en el momento de morder y varios repuestos a cada lado de la mandíbula, como las balas en el cargador de una pistola automática. La familia de los vipéridos comprende unas 50 especies, todas ellas venenosas.
Otra isla famosa por sus serpientes es Queimada Grande, a 30 kilómetros de costa oriental de Brasil, frente al estado de Sao Paulo. Su acceso está vetado a los turistas, ya que se trata de uno de los lugares con mayor concentración de serpientes venenosas del mundo: entre uno y tres ejemplares por cada metro cuadrado. Todas son de la misma especie: yarará dorada (Bothrops insularis) una víbora de fosetas endémica de Queimada Grande. Como viven muy apretadas, disponen de poca comida y han de defender su territorio, son muy agresivas. A falta de pequeños mamíferos, se han especializado en cazar aves; como los pajarillos vuelan y pueden escaparse, su veneno es cinco veces más potente que el de sus primas continentales las terciopelo (Bothrops asper, Bothrops atrox y Bothrops jararaca). En Queimada Grande también hay un faro abandonado del que se cuenta una historia espeluznante: una noche, varias yararás consiguieron entrar por una ventana rota atacando al farero, a su mujer y a sus tres hijos pequeños. En un desesperado intento por huir, corrieron hasta su barca, amarrada al pie del faro, pero fueron mordidos por las serpientes que colgaban de las ramas de los árboles. Semanas después los encontraron muertos a todos.
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