No al coche, pero sí con este modelo
El automóvil se ha adueñado de tal forma de la ciudad que está en el punto de mira de los movimientos en favor de una urbe sostenible y habitable
No resulta difícil culpar al coche de casi todos los males de los ciudadanos ya que le quita tiempo, muchas horas perdidas en atascos, le roba espacios, afecta a su tranquilidad por el rumor constante, y le envenena el aire. A este respecto, la Agencia Internacional de Energía decía en su último informe sobre energías renovables que cada año mueren en el mundo más de seis millones de personas por contaminación atmosférica; ciertamente no toda ella es debida a los coches pero si son la causa principal de contaminación en ciudades una vez que se han alejado las industrias y transformado los sistemas de calefacción.
Frente a estas imputaciones, el automóvil ha dado al individuo una libertad sin precedentes y tal nivel de comodidad que va a ser imposible renunciar a ellas e instalarnos en la utopía de todo transporte público, todos en bicicleta u otros artilugios en boga.
Automóvil y sostenibilidad urbana son compatibles pero tenemos que cambiar la mentalidad sobre cómo utilizamos el automóvil y sobre qué automóvil utilizamos. La buena noticia es que ya estamos viendo las primeras manifestaciones de estos cambios.
La primera es la rápida implantación del coche compartido. No hace falta acudir a estadísticas porque basta ver que en Madrid, por ejemplo, en corto plazo de tiempo han prosperado tres marcas ofreciendo este servicio. Parece que la propiedad del vehículo no está tan arraigada en las nuevas generaciones además de ser una tendencia que responde a una lógica económica: el coche es caro de comprar y de mantener y está parado en torno al 95% del tiempo. Ahora queda erradicar el factor simbólico del automóvil de complemento o refuerzo de la personalidad que quiere transmitir su propietario.
El coche compartido tiene un nivel de utilización muy superior al particular por lo que no serían necesarios tantos coches en calles y carreteras hasta el punto de que hay quien estima que el parque de automóviles se reduciría un 25% en 2030 en Europa. La reducción del número de automóviles en circulación no habría de preocupar a los fabricantes porque no significa menos ventas ya que, a mayor uso del vehículo, renovación más frecuente; el reto de los fabricantes sería detectar el nuevo perfil de clientes.
El coche es caro de comprar y de mantener y está parado en torno al 95% del tiempo
La siguiente etapa en este proceso de cambio de mentalidad es el coche autónomo. Aunque parezca lejana, ya se han hecho las suficientes pruebas en las vías públicas para garantizar su viabilidad técnica a la espera de su viabilidad legal. Se anuncia el inminente lanzamiento del robotaxi en EE.UU y parece que en el Estado de California, paraíso de las nuevas tecnologías, acaban de anunciar que van a eximir de la obligación de llevar un conductor en los coches autónomos. Hay consultores que aventuran que casi el 15% de automóviles que circulen en 2030 lo harán sin conductor y, el coche autónomo y conectado, sería el paso decisivo para optimizar la utilización del automóvil, agilizar el tráfico e incluso aliviar la pesadilla de la búsqueda de aparcamiento.
El vehículo eléctrico es el elemento aglutinador y esencial para avanzar hacia el coche compartido y el autónomo. Ya no se debate sobre la viabilidad y futuro del automóvil eléctrico, solo se hacen cábalas sobre el ritmo de evolución de sus ventas y, aunque las estimaciones al respecto difieren bastante, no es arriesgado pensar que entre el 20% y el 25% de todas las ventas de automóviles ligeros en 2030 serán eléctricos. El vehículo no contamina ni acústica ni atmosféricamente y, si la electricidad adicional que hará falta se genera a partir de fuentes renovables como parece, pocas objeciones se podrían poner a su sostenibilidad.
Sería conveniente, para terminar, hacer referencia a las medidas incentivadoras de una futura movilidad más sostenible pero en esta breve nota sólo hay espacio para mencionar las que, en estos momentos, parecen más eficaces.
En cuanto a acciones legislativas, cualquier regulación para la reducción de emisiones contaminantes de los vehículos fuerza de manera inmediata a fabricar vehículos de combustión interna más limpios y conduce casi inexorablemente al automóvil eléctrico. En cuanto al empleo de recursos públicos, las ayudas financieras para estaciones de recarga eléctrica serían más que oportunas para suplir la falta de inercia para instalarlas mientras que no hay suficiente necesidad de su servicio. Pero, probablemente, las medidas de mejor relación coste efecto son las destinadas a dar prioridad a los vehículos limpios para el acceso al núcleo urbano y eximirles o reducirles el coste del aparcamiento público.
Pedro Moraleda es experto en energía y automoción.
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