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El legado de Hawking

El gran físico teórico nos deja una predicción precisa (la radiación de Hawking) y una idea perturbadora sobre la naturaleza holográfica del mundo

Javier Sampedro
Stephen Hawking, en Tenerife
Stephen Hawking, en TenerifeGorka Lejarcegi

La nada no existe. Lo que llamamos espacio vacío es en realidad, cuando uno lo mira a las escalas más pequeñas, una jungla de Rousseau donde sin previo aviso emergen del vacío pares de partículas y antipartículas que, al poco de haberse asomado a la existencia, colisionan entre sí, se aniquilan y vuelven a ser la misma nada que eran antes, la misma que habían sido siempre. Su producción neta de materia o energía es cero, lo que permite que nuestro universo sea a gran escala parsimonioso, predecible, einsteinesco. Pero esto no es así en las proximidades de un agujero negro, y ese es el gran legado científico de Stephen Hawking, que ha muerto esta semana a los 76 años. Cincuenta más de los que le daban los médicos. Lee todo el material en Materia.

La propiedad más definitoria de un agujero negro es su horizonte de sucesos (esta expresión, por cierto, le vuelve loco a Juan José Millás, por alguna razón). El horizonte de sucesos es lo más que uno puede acercarse al agujero negro si tiene alguna esperanza de regresar a casa. Recordemos que un agujero negro ejerce tal tirón gravitatorio que nada, ni siquiera la luz, puede escapar de él. Por eso se llama negro (y también agujero, ya que estamos).

Imaginemos que, justo en el horizonte, se genera un par de partícula y antipartícula. En cualquier otro lugar, su destino inmediato sería aniquilarse y volver a la nada. Pero allí no tiene por qué ser así. Ocurrirá a menudo que una de las partículas quede atrapada dentro del horizonte, de donde no podrá salir jamás, y la otra quede por tanto en nuestro lado del universo, donde, libre ya de ser aniquilada por su antagonista, será emitida hacia, y podrá ser detectada desde, cualquier otra parte del cosmos, incluido nuestro humilde planeta. Esa es la radiación de Hawking. Es una predicción teórica, y bien sólida según los especialistas, pero no se ha detectado de momento.

Si lo hubiera sido, Hawking habría recibido el premio Nobel de inmediato. Pero la ciencia es esclava de los datos. Si la radiación se detecta algún día, Hawking tampoco se llevará el Nobel, pues este premio no se concede a título póstumo. Así es la ciencia.

La radiación de Hawking, si llega a demostrarse, implicará que los agujeros negros no son tan negros, pues después de todo emiten radiación. Y que emitan radiación implica que pierden energía, y por tanto no son eternos, sino que están destinados a desaparecer, o evaporarse, como se dice en la jerga. La teoría también implica que toda la información que cae en un agujero negro –de hecho, toda la información que puede contener un agujero negro— es proporcional a la superficie de su horizonte de sucesos (que es la superficie de una esfera). De hecho, físicos teóricos como Brian Greene piensan que cualquier trozo esférico de universo debe seguir esa ley, de modo que toda su información equivaldrá como máximo, y exactamente, a la que puede codificar la superficie esférica que la limita. Todo lo que vemos, o lo que somos, sería una especie de holograma codificado en la superficie del universo. ¿Vertiginoso? Así era la mente de Hawking. Tardaremos en ver otra igual.

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