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El ‘spleen’ de Darwin

La melancolía es el punto de encuentro donde el poeta, el filósofo y el médico cruzan sus caminos

Montero Glez
Retrato de Charles Darwin, por John Collier, realizado en 1883.
Retrato de Charles Darwin, por John Collier, realizado en 1883.

La verdad es que Darwin nunca se sintió cómodo a bordo del velero que lo llevó a explorar la naturaleza del mundo. En sus últimas escalas, la melancolía condenó a Darwin de mala manera, impidiéndole observar la abundancia y variedad de la belleza que rodeaba su viaje. Por culpa del citado trastorno, la madre naturaleza se convertiría para Darwin en madrastra y la batalla de seres orgánicos que anima el movimiento biológico será un constante ir y venir de metáforas imposibles de clasificar.

Por decirlo de alguna manera, si el alma es lo más semejante a un espejo que por sí mismo no tiene utilidad y que solo es útil cuando se convierte en la suma de imágenes que en él se reflejan, podemos decir que, a bordo del Beagle, el alma de Darwin fue igual a un espejo empañado por su propio aliento. Con todo, Darwin no fue el primer hombre de genio achicado por la melancolía.

Desde que el mundo es mundo racional, distintos estudios han señalado el vínculo entre el ser humano y este humor en su sentido primitivo, así como su relación con la figura literaria que identifica el término real con el término imaginario. Por ello, la melancolía es el punto de encuentro donde el poeta, el filósofo y el médico cruzan sus caminos. Esto ocurre desde que Hipócrates levantase el acta de nacimiento de la melancolía en sus Aforismos, describiendo los síntomas del exceso de un humor en el cuerpo humano. A partir de entonces, el humoralismo hipocrático no ha dejado de estudiarse.

Siguiendo el paso de las edades clásicas, nos asalta el testimonio del historiador griego Diogénes Laercio que nos transmite un juicio de Teofrasto en el que Teofrasto culpa a la melancolía de ser la causa primera de que los escritos de Heráclito no sólo fueran tan oscuros, sino que algunos de ellos estuviesen inacabados. Dejando atrás a Heráclito y cruzando las aguas que marcan la imagen del tiempo, nos encontramos con un texto decisivo, atribuido a Aristóteles, donde la noción de melancolía aparece como enfermedad sagrada por ser el héroe Heracles de naturaleza melancólica. En el citado texto (el problema XXX) Aristóteles nos adelanta que hombres como Empédocles, Platón y Sócrates fueron de temperamento atrabiliario provocado por un exceso de bilis negra. Para los griegos de entonces, la melancolía se engendraba en el hígado y estaba relacionada con la digestión por ser la bilis negra traducción literal del griego. Melas: negro. Kholis: bilis.

Para los griegos de entonces, la melancolía se engendraba en el hígado y estaba relacionada con la digestión por ser la bilis negra traducción literal del griego. Melas: negro. Kholis: bilis

Fue llegando a la mitad del siglo pasado cuando, por casualidad o como se diga eso, se descubrió que la molécula de la melancolía residía en los neurotransmisores. Pero no nos adelantemos tanto, pues será Galeno de Pérgamo, médico que ejerció en el Imperio Romano, el que transformará la teoría del humoralismo hipocrático en una teoría de los temperamentos básicos, destacando la importancia de los mismos por ser la clave de la salud ya que esta depende de cuatro fluidos cardinales que, a su vez, se corresponden con los cuatro elementos que en su día apuntó Empédocles. De esta manera la bilis negra se correspondería con la tierra, la bilis amarilla con el fuego, la sangre con el aíre y la flema con el agua.

En el siglo XVII resurgió la noción de la melancolía como problema clínico cuando, en 1621, el clérigo y erudito inglés Robert Burton publicó su Anatomía de la melancolía; un tratado que influiría en la medicina durante los siglos posteriores. Sin embargo, no será hasta mediados del siglo pasado cuando se localice la molécula donde reside el temperamento melancólico. Por casualidad científica o serendipia, mientras se aplicaba reserpina para la hipertensión arterial, se descubriría que el citado fármaco producía efectos tales como pérdida de apetito y de pulsión sexual, así como tristeza profunda. La reserpina volvía melancólicos a los pacientes. A su vez, por la misma época, se empezó a tratar la tuberculosis con un medicamento llamado isoniacida que desarrollaba euforia en los pacientes tratados con el citado fármaco.

Con tales hallazgos, los científicos estudiaron la posibilidad de experimentar con los cerebros de ratas melancólicas tratadas con reserpina y de ratas eufóricas tratadas con isoniacida, resultando que en las ratas melancólicas había una disminución de neurotransmisores, mientras que en las del segundo grupo los mismos neurotransmisores aumentaron. Para entendernos, lo que se vino a descubrir fue que la molécula de la melancolía reside en los neurotransmisores, mensajeros químicos cuya función es comunicar entre sí las células del sistema nervioso.

Por lo dicho, cuando Darwin se embarca en el Beagle para recorrer mundo, es asaltado por la Naturaleza como entidad orgánica, siendo presa de un pánico paralizante que le desata todos los fantasmas imaginarios habidos y por haber, alterando sus redes neuronales para siempre.

Una vez terminada la travesía que duró cinco años, Darwin se refugiaría en su casa, de donde apenas salió. Sin duda alguna, el trastorno que padecía Darwin era resultado de una relación de hechos propia del temperamento metafórico; un humor retórico que identifica el término real con el término imaginario y que trae consigo la melancolía. Suele pasar con los hombres de genio.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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Sobre la firma

Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.

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