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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El poder fálico y fáctico de Putin

El zar exagera el vigor militar y su providencialismo camino de su victoria del 18 de marzo

Putin empatiza con un grupo de trabajadoras, el pasado mes de 7 de marzo, en una fábrica de repostería de Samara.
Putin empatiza con un grupo de trabajadoras, el pasado mes de 7 de marzo, en una fábrica de repostería de Samara.Mikhail Svetlov (Getty Images)

Nunca unas elecciones han estado tan cerca de unas erecciones como las que Putin está protagonizando camino de su canonización como presidente de todas las Rusias. Será proclamado zar el 18 de marzo. Por la devoción que se le profesa, por haber inducido su idolatría en el estímulo del orgullo nacional recuperado y por haber exterminado la oposición, aunque Putin no quiere sobresaltos en su campaña, y aseguró la victoria presentando hace unos días el supermegamaximetamisil.

Lo definió "invulnerable" con más énfasis propagandístico que pormenores técnicos. Y aseguró que podía alcanzar cualquier objetivo de EEUU sobrepasando los escudos y cualquier otro antídoto, de tal forma que la exhibición fálica de Vladímir ha reabierto la Guerra Fría no tanto con el ánimo de intimidar al colega Trump como con la intención de confortar a sus propios compatriotas. Putin le dice a su pueblo que Rusia está en las mejores manos, ebria de testosterona incluso.

Y ubicua en su poder atmosférico. Ya hemos visto los procedimientos letales con que han sido depurados en Wiltshire el ex espía Sergei Skripal y su hija. Un escarmiento al traidor que simboliza el poder de Putin dentro y fuera de Rusia, hasta el extremo de haber ganado las elecciones de EEUU o la guerra de Siria. Y de haberse infiltrado desde sus granjas de trolls y bots en el complot del procés, naturalmente sin rastro alguno de su padrinazgo.

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Putin ha adquirido una dimensión mitológica, pero representa para Europa un problema tan concreto como el expansionismo territorial y el sabotaje, organizado éste último con la complicidad de los condotieros del Este -Viktor Orban, el primero- a los que ha seducido desde el carisma autoritario.

Las elecciones del domingo serán para Vladímir un paseo militar no en sentido figurado, sino en sentido literal. Putin aglutina en su persona la autoridad moral, el poder ejecutivo, el fervor religioso, pero también representa la imagen del mejor guerrero. Por eso se obstina en exagerar la propaganda de sus cualidades militares y físicas. Haciendo photoshop con los los músculos.

Y recreándose en una galería de geypermanes que tanto le permite domeñar a un tigre, cruzar los puños con un oso polar, sumergirse en los océanos y montarse en una nave espacial. Putin es un superhéroe al que adoran el 80% de la población y bastantes columnistas españoles, casi todos ellos en ABC, precisamente porque observan en el zar al estadista carismático, autoritario, viril que nos pondría firmes a todos igual que ha puesto firme la democracia, degradándola a un fenómeno imitativo. Porque haber, hay urnas. Y contarse, se cuentan los votos, pero la democracia rusa es un simulacro que Putin ha convertido en la coartada de su inmortalidad. Si gana estas elecciones, qué nervios, tendrá a su alcance un cuarto de siglo de Gobierno.

La vela sobre la tarta de la victoria consiste en el misil todopoderoso, emulando aquella novela de Pynchon, Arco iris de gravedad, cuyo protagonista experimentaba una erección cada vez que una bomba autopropulsada V2 surcaba los cielos hasta precipitarse.

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