La debilidad del poder
En sociedades abiertas como la nuestra, nunca faltará quien pueda sentirse amenazado
Leer a Byung-Chul Han resulta siempre estimulante. Las reflexiones críticas que el autor surcoreano nos propone sobre la transparencia o las conclusiones a las que llega en su análisis de la sociedad a propósito de las enfermedades que entiende asociadas a nuestro sistema productivo son sólo algunos de los planteamientos por los que ha cosechado un reconocimiento merecido. No en vano se trata de temas que conectan con preocupaciones reales de la sociedad.
En un contexto político tan difícil como el que atraviesa España en estos momentos, resulta interesante considerar algunas de las ideas de este autor rescatadas de su obra Sobre el poder.
De forma particular merece la pena detenerse en los elementos que, en su opinión, configuran la fortaleza o debilidad del poder. No se trata de planteamientos del todo originales, pero creo vale la pena considerarlos ahora que la solución a nuestras discrepancias parecen encontrar en los tribunales el foro oportuno para su solución y, mejor aún, si el tema cae dentro del orden penal.
En sociedades abiertas como la nuestra, nunca faltará quien pueda sentirse amenazado, ofendido o vilipendiado por raperos, titiriteros, ¿independentistas? y tantos otros que ejercen su libertad de expresión o su acción política en unas coordenadas alejadas de las posiciones en las que se ubican la mayoría de ciudadanos e instituciones. En estos casos, no parece fácil renunciar a la tentación de creer que la responsabilidad de quien ejerce el poder pasa, necesariamente, por preservar su pretendida fortaleza a través del recurso a los múltiples instrumentos de sanción de los que dispone.
Para quienes así piensan, quizás no está de más recordar, en palabras de Byung-Chul Han, que “poco poder tiene quien únicamente sea capaz de imponer su voluntad en virtud de una sanción negativa” ya que, a su juicio, “no se elude el delito por miedo al castigo, sino por reconocimiento del orden jurídico, es decir, porque el derecho coincide con [SU]voluntad, con [SU]manera más propia de actuar, con libertad”.
Merece la pena que en España encontremos el momento para pensar, siquiera un instante, en la validez de este enfoque. Hagámoslo aunque sólo sea para evitar enfatizar nuestra propia debilidad.
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