Hegemonías lingüísticas
Ahora una minoría política (castellanohablante) se siente discriminada
Las sociedades plurilingüísticas son artefactos complicados de manejar. En ellas, conseguir un equilibrio razonable resulta harto difícil, pues la tendencia tanto natural (por coordinación) como política (por poder) es que una lengua, y por tanto su grupo de hablantes, predomine sobre la otra.
Así, el franquismo intentó imponer el español en Cataluña. Después, ya en un régimen democrático, una mayoría prefirió dar al catalán estatus preeminente. Pero ahora una minoría política (castellanohablante) se siente discriminada. Además, ser parte de esa minoría tiende a estar relacionado con disponer de menos recursos y oportunidades.
Dos dimensiones se cruzan aquí. Primero, el equilibrio lingüístico e identitario. Los catalanohablantes estuvieron décadas bajo una discriminación sistemática y dictatorial, lo cual es argumento para el reequilibrio posterior. Pero si ahora la definición de minoría ha cambiado de bando, ¿no sería eso razón para reconsiderar la situación, más aún cuando ya vivimos en democracia? ¿O el peso de la historia es aún demasiado grande?
La segunda dimensión es la inclusión socioeconómica. Un sistema de inmersión completa en la lengua dominante puede mejorar las capacidades y oportunidades de la minoría. Puede, incluso, ser superior a un intento de bilingüismo perfecto si prevemos que tal equilibrio será inestable. Pero si este es el criterio que se sigue, ¿no se debería priorizar la inmersión en la lengua dominante en cualquier lugar? En esta línea, quien defienda la inmersión en catalán en Cataluña por razones de igualdad y eficiencia se debería plantear si hacer lo mismo con el castellano en otras autonomías. Y viceversa, claro.
No pretendo aquí ofrecer una respuesta a estos dilemas. Confieso que yo mismo no la tengo. Sólo me parece importante señalar que estas son la clase de preguntas que debemos responder si queremos vivir en sociedades plurilingüísticas relativamente armónicas y funcionales. Lo cual serviría tanto a una España unida como a una hipotética Cataluña independiente. Y demanda, eso sí, no confundir consenso con hegemonía. @jorgegalindo
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