Niños que violan a niños
La hipersexualización, la barra libre de porno y la escasa educación sexual juegan en contra de los niños
Es mucho más fácil hablar de violaciones colectivas cuando ocurren en un autobús de India y podemos ponernos de acuerdo en que el salto de la miseria a la era de Internet en sociedades poco desarrolladas genera disfunciones difíciles de controlar. La barra libre de porno en ese país de tradición machista y sin revolución sexual es difícil de asimilar. Lo analizaba así la prensa más interesante de India y no el clero de ninguna iglesia ni los dueños de ninguna verdad. Lo difícil —lo espeluznante— es analizar qué ocurre cuando la violación colectiva tiene lugar en el recreo de un colegio español a manos de chicos de 12 a 14 años y la víctima es un pequeño de apenas nueve. Como primera reacción, apetece convocar a los más finos analistas indios.
Pero ha ocurrido. La Fiscalía de Menores investiga la supuesta violación de un niño por parte de cuatro compañeros de la ESO en un colegio de Sierra de Cazorla, en Jaén. La víctima había sufrido meses de acoso y en lugar de estar haciendo sencillas divisiones con restos, distinguiendo conos de pirámides o separando nombres de pronombres bajo el amparo de sus maestros, como corresponde a un niño de su edad, estaba sufriendo una penetración anal.
Desbordaba ya nuestra capacidad de asombro conocer los casos de abusos de menores por parte de religiosos pederastas que han azotado la Iglesia católica en muchos países, también España. Después la desbordaron casos de violación colectiva como la que se vivió en Pamplona en 2016. Ahora simplemente no encontramos ni cómo ni dónde encajar las que hemos conocido de menores que violan a menores. Ni en el plano moral ni en el plano judicial, pues los menores de 14 años ni siquiera son imputables.
Los profesionales que se ocupan del acoso alertan de que se ha adelantado la edad de las víctimas (ahora tienen 8 o 9 años, cuando antes eran principalmente adolescentes) y se han multiplicado los casos. Tampoco sabemos si la violación de una menor por parte de varios menores en Barakaldo o la de este niño en un colegio de Jaén son casos aislados o una señal de alarma de un problema más extendido. Pero sí sabemos que la hipersexualización que inunda la publicidad, la amplia accesibilidad al porno por parte de los niños y la escasa o nula educación sexual deja el aprendizaje en manos ajenas, manos interesadas, en ocasiones pervertidas y sin fácil control parental.
El joven escritor francés Edouard Louis contó crudamente en 2014 las violaciones que sufrió de niño en un libro muy recomendable: Para terminar con Eddy Bellegueule (Salamandra). Su autobiografía fue un best seller y una espoleta que puso en marcha miles de denuncias parecidas que le llegaron por carta. En 2015, en una entrevista en Babelia, nos regaló una respuesta que tal vez sirva para darnos pistas de lo que no alcanzamos a comprender: “La violencia que he conocido no es responsabilidad de los que la ejercían, sino producida por su propia exclusión”. Y es que, además de proteger a la víctima en primerísimo término, urge estudiar qué ha fallado socialmente para que cuatro compañeros de un colegio de Jaén hayan preferido acosarle y violarle a jugar con él al balón.
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