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Las mil y una exclusiones de la mujer magrebí

Un bus exclusivamente femenino ha sido la última idea del alcalde de Rabat para evitar los roces en el transporte público

En México, los autobuses 'rosas' empezaron a funcionar en 2008.
En México, los autobuses 'rosas' empezaron a funcionar en 2008.PRADIP J. PHANSE
Analía Iglesias
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Cuesta creer que puedan cosecharse votos proponiendo un autobús “rosa”, solo para mujeres, en Marruecos, pero esta ha sido la reciente idea del alcalde del partido islamista de Rabat, y hay quien cree que algunas chicas se alegrarán ante la perspectiva segregacionista, con la esperanza de no sufrir roces y tocamientos en las abarrotadas unidades de Stareo (el nombre de la empresa que da servicio en la región).

Quienes hayan pasado algún tiempo padeciendo el transporte público urbano en Marruecos, tal vez piensen que, además, muchas mujeres se sentirán aliviadas con la idea de contar con algo parecido a un autobús en condiciones, en lugar de tener que subir a esas cajas de lata sucia, con los asientos arrancados, agujeros en la carrocería y la densidad demográfica del cuento de los elefantes en el Fiat 600.

Frotamientos no consentidos es lo menos que puede experimentar cualquier ser humano, del sexo que sea, en un bus urbano o un grand taxi compartido, esos viejos Mercedes que albergan a siete personas en su interior y que hoy están siendo reemplazados por coches nuevos, con siete plazas de verdad. Hace unos meses, una chica con discapacidad fue agredida sexualmente, a plena luz del día, en un bus urbano, en Casablanca (a unos 90 kilómetros de Rabat); tal vez episodios como ese hayan llevado al alcalde a proponer ese autobús que a algunos les sonará a solución y a otros a descabellada idea segregacionista.

Las mujeres marroquíes, que toman una parte importante de las decisiones familiares e incluso sobre la vida de los hombres de su hogar, también hacen ruido en la calle, dan algún codazo y se dejan oír durante el día... Pero al caer la tarde tienen que dar un paso atrás si no quieren ser etiquetadas, incluso por las propias mujeres con las que se cruzan. En los buses, sobre todo en aquellos que pasan por los barrios populares, donde no cabe un alfiler, las más jóvenes soportan toda clase de frotes masculinos, una situación con causas que parecen insalvables con el lamentable servicio de transporte urbano actual.

¿El autobús exclusivamente femenino es una solución? Discriminar, según la RAE, es “seleccionar excluyendo”, y puede que buena parte de las mujeres de este país estén acostumbradas a ser discriminadas u opten por autosegregarse en el espacio público, en nombre del pudor y la seguridad. Los espacios de exclusión dependen, por supuesto, del nivel sociocultural y del contexto, ya sea urbano o rural. Pero, en general, la separación va desde la estricta división en la mezquita y en el hammam (baños de solo mujeres o solo hombres) hasta los horarios diferenciados de algunas instalaciones deportivas, como las piscinas climatizadas, que a veces también suelen contar con horarios mixtos.

Hay chicas marroquíes con velo que se peinan detrás de un biombo, en la peluquería, y a quienes solo atienden las peluqueras y nunca los peluqueros; hay quienes cruzan el Estrecho para ir a la playa en la Costa del Sol, pero que no pisarían jamás, en bañador, una playa marroquí; hay quienes fuman dentro de casa o en restaurantes internacionales, pero no se atreven a hacerlo en su propio balcón (por los vecinos). Casi todas las mujeres de Marruecos se abstienen de poner un pie en ciertas cafeterías donde los excluyentes ojos masculinos están siempre alerta; y, en los bares en los que se sirve alcohol, a veces solo hay extranjeras y chicas locales que se dedican a la prostitución durante las noches de copas —imprescindible para empezar a comprender tan complejo fenómeno, la película Much loved, de Nabil Ayouch—.

Un cartel contra el acoso en el transporte en Argentina.
Un cartel contra el acoso en el transporte en Argentina.

También hay muchas mujeres profesionales, y en la ciudad, que se divierten en restaurantes caros y cenan con vino en Casablanca, Tánger, Rabat, Essaouira o Marrakech, y muchas chicas universitarias que se reirán de la propuesta del alcalde islamista, probablemente porque nunca han tenido que coger un autobús urbano. Pero el espacio público, mal que les pese, les está parcialmente vedado: aunque no haya represión formal ni prohibición privada, la propia adecuación a las reglas sociales tradicionales y familiares propicia la autocensura.

Justamente en la pérdida de más y más espacio público y en el estigma de género se basan algunas de las más voces que se oponen a ese autobús rosa. Esta segregación, según esa parte de la opinión, no haría sino contribuir a la pérdida de un amplio territorio de la vida pública de las mujeres, a estigmatizar (o a dejar a su suerte) a las valientes que decidieran seguir utilizando el bus mixto y sería claudicar ante el manspreading social, para que los hombres sigan abriendo las piernas hasta ocupar todo el espacio disponible.

A juicio del sociólogo Abdessamad Dialmy, la segregación sexual es una respuesta fácil que no busca cambiar un comportamiento machista y misógino, “reforzado por la unión del integrismo religioso y la miseria sexual”. La miseria sexual a la que alude el experto se derivaría de un ordenamiento jurídico fuertemente ligado a la religión, que penaliza acciones del ámbito íntimo como las relaciones extraconyugales y que somete a los más jóvenes, con menos recursos, a la abstinencia, cuando no los empuja a obtener placer de los roces furtivos. Ese autobús no impediría el acoso intrasexual, opina Dialmy, quien aboga por hacer del tema de la miseria sexual un asunto de salud pública y una prioridad educativa por la libertad sexual y religiosa del individuo y contra el machismo. En definitiva, incluir en lugar de discriminar... Y un transporte público digno para todas las identidades de género.

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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